. Crímenes Ocultistas |
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Por
Pili Abeijon El horror comenzaba el 15 de noviembre de 1974 hacia las seis y media de la tarde con una llamada telefónica a la
centralita de emergencias del condado de Suffolk, en Nueva York. Un hombre con la voz entrecortada por la agitación avisaba
a la policía que se había producido un tiroteo en el 112 de Ocean Avenue, en Amityville, y que todos los que allí residían
habían sido asesinados. Todos, menos uno de los hijos, el presunto autor de la masacre. Unos meses antes de la
tragedia, Ronald DeFeo se hacía propietario de una estupenda casa de campo a orillas del Río Amityville.
Éste había conseguido reunir una buena suma de dinero tras duros meses de trabajo con su suegro en Brooklyn y decide abandonar
el ajetreo y el estrés de esa ruidosa ciudad para irse con su familia a un sitio más tranquilo en el campo. Finalmente se
decide por Long Island, en donde compra una casa de dos pisos con ático y embarcadero propio sobre el río Amityville. Aquel
lugar le parecía lo suficientemente tranquilo y espacioso para vivir tranquilamente con su mujer y sus cuatro niños. En ningún
momento podía haberse imaginado los terribles acontecimientos que estaban a punto de suceder allí. Como símbolo de la felicidad
de la familia y de la buena suerte que habían tenido al encontrar tan maravilloso lugar, DeFeo coloca un cartel en rojo sobre
la puerta de la casa que dice Grandes Esperanzas. Pero bajo esta chapa de éxito y felicidad aparente, la verdad es
que Ronald era un hombre de genio muy vivo, conocido por su carácter ciclotímico y sus repentinos ataques de ira y violencia
sin motivo aparente. Mientras que para sus
socios y amigos Ronald es un hombre dulce y suave, con sus hijos es una figura autoritaria y a menudo demasiado exigente.
En algunas ocasiones sus acciones insensibles y crueles le provocan serias discusiones con su mujer. Pero tal vez el que más
sufría su agrio carácter era su hijo mayor, Ronald Junior alias Butch, quien a menudo debía cargar con el
peso del temperamento de su padre, pues ya se sabe lo que pasa cuando se enfrentan dos personalidades fuertes en una misma
casa. El niño pronto se convirtió
en un chico solitario y de mal carácter, imaginamos que heredado de su padre. En la escuela, las pocas veces que asistía tenía
peleas frecuentes con sus compañeros y su fama de chico duro le llevó a liderar un grupo de otros jóvenes camorristas. Preocupados por este comportamiento,
por la total desobediencia del adolescente y por las discusiones frecuentes entre padre e hijo, los DeFeo ya no sabían ni
podían comunicarse con él y finalmente lo llevaron a que lo viese un psiquiatra. Las charlas con el médico fueron vanas, el
joven adoptó una actitud pasiva agresiva hacia su psicoterapeuta y pronto abandonaron la idea de la ayuda profesional, pues
casi era peor el remedio que la actitud original del muchacho. En ausencia de otra solución,
los DeFeo utilizaron una estrategia bien diferente que al principio dio buen resultado: comprando su afecto con dinero. Siempre
que el chico estaba de mal humor lo apaciguaban con un regalo o con un puñado de dólares. Era lo único que se les ocurría
para mantener una convivencia llevadera. Cuando cumplió 17 años
le obligaron a dejar la escuela parroquial a la que asistía porque por aquel entonces había empezado a tomar drogas duras
como heroína y LSD. Lejos de sosegar su rebeldía cada vez daba más muestras de ella, llegando a manifestar un serio comportamiento
delictivo en pequeños y no tan pequeños hurtos. Su comportamiento agresivo tampoco mejoraba, y ya no sólo dentro de su casa,
sino con sus propios amigos. Los altercados con su
padre eran también más violentos, y como era de prever, un día llegaron al límite. Sucedió una vez que DeFeo padre discutía
fuertemente con su mujer y el joven se le acercó apuntándolo con una escopeta. Lejos de apaciguarse, apretó el gatillo gritando
que sería mejor que la abandonase y que iba a matarle por todos los malos tratos que infligía a la familia, pero afortunadamente
el arma se encasquilló y nadie resultó herido. Su padre no dijo nada,
sólo se le quedó mirando desconcertado, presagiando que esa violencia pronto iría a más y que no dudaría en matarlo si se
presentaba otra ocasión, a él o a alguien de su familia. Al poco tiempo del incidente
de la escopeta, el joven Butch quiso hacerse con un poco de dinero fácil para sus vicios y no se le ocurrió otra cosa que
robarlo directamente en la empresa de su abuelo. Aprovechó el momento en que le mandaron ir al banco a depositar 31.800 dólares
en efectivo para hacerlos desaparecer en su bolsillo, y luego les dijo que había sido atracado a punta de pistola por un desconocido
que se había llevado todo el dinero. Cuando dieron parte a
la policía del robo, los agentes quisieron interrogar al joven para que les diese una descripción del ladrón puesto que había
sido el único testigo del delito, pero éste al ver a los agentes, por los que no sentía simpatía alguna, adquirió una actitud
tensa y agresiva que les llevó a sospechar que el chico escondía algo en su versión de los hechos. Su abuelo no quiso tomar
medidas y dejó correr el asunto del dinero, a diferencia de su padre, quien si bien no consiguió sonsacarle una confesión
de culpabilidad no dejó de reprenderlo duramente al considerarlo sin duda alguna como el autor del robo. Pocos días después, el
miércoles 14 de noviembre de 1974, cuando toda la familia se había acostado, el joven DeFeo seguía dándole vueltas a su cabeza
alimentando una obsesión que había empezado a madurar varios meses atrás. Sentado en la cama y sin poder conciliar el sueño,
la terrible fantasía crecía por momentos. Estaba harto de sus padres y de los continuos reproches. Odiaba a su padre más que
a nadie en el mundo y tenía bastante claro lo que tenía que hacer para que no volvieran a fastidiarle. Estaba preparado para
tomar el mando de la situación de una vez por todas. Él era el único que tenía
un cuarto individual, aunque en la enorme casa no tenían problemas de espacio. El hecho de ser el mayor de los hijos y su
peculiar carácter le habían permitido este pequeño lujo. Su habitación era como un lugar de refugio que tenía vetado al resto
de la familia. Allí pasaba largos momentos en soledad con la única compañía de un pequeño arsenal de armas de varios tipos
que guardaba por afición, y que iba vendiendo cuando se cansaba de alguna o cuando necesitaba dinero rápido. Esa noche eligió un rifle
de calibre 35 y salió furtivamente pero con paso decidido hacia el dormitorio de sus padres. Abrió la puerta silenciosamente
y observó como dormían, inconscientes del peligro que les acechaba. Entonces, sin vacilar, levantó el rifle y apretó el gatillo
ocho veces. El primer tiro alcanzó a su padre en la espalda, penetrando en el riñón y saliendo por el pecho. Los siguientes
le perforaron la espina dorsal y el cuello. Los impactos despertaron
a la señora Louise DeFeo, pero no tuvo tiempo a reaccionar antes de que su hijo disparase dos veces sobre
ella, rompiéndole la caja torácica y el pulmón derecho. Sus dos hermanos más pequeños serían las siguientes víctimas. Entró
directamente entre las dos camas y disparó sobre los indefensos chicos sin alterar su compasión lo más mínimo. Esta vez los
disparos tampoco habían despertado a los miembros de la familia que estaban todavía con vida, las dos chicas. Butch se acercó
a las niñas y asesinó a sus hermanas con sendos disparos en la cabeza. Eran las tres de la mañana;
con un balance de seis víctimas y consciente de lo que había hecho se paró momentáneamente a escuchar los ladridos del perro
de la familia, que se encontraba atado en el cobertizo, preguntándose si el escándalo levantaría sospechas. Entonces se puso
a pensar en una coartada para la policía, que sin duda sospecharía de él como autor de los asesinatos. Con mucha calma se
quitó la ropa ensangrentada y se duchó, recogiendo el rifle y envolviendo todo en una funda de almohada que tiró en una alcantarilla.
Cogió su coche y se dirigió a Long Island, como todos los días, para trabajar en la empresa de su abuelo. Ya por la mañana, telefoneó
varias veces a su casa haciendo que llamaba a su padre, simulando preocupación porque tal vez éste se hubiese quedado dormido
y por eso tardaba en llegar al trabajo. A medida que pasaba el día, seguía fingiendo una mayor inquietud por la tardanza de
su padre, y por el hecho de que nadie en la casa respondiese a sus continuas llamadas telefónicas. Por la tarde, quiso que
unos amigos le acompañasen a la casa a modo de testigos para comprobar según él, que es lo que estaba sucediendo. Al llegar,
resaltó el que el coche de sus padres estaba aparcado en la entrada diciendo a sus compañeros que aquello era muy extraño,
y entró en la casa con uno de los jóvenes. Al poco tiempo salió sollozando y gritando que sus padres estaban muertos, que
habían sido asesinados. Uno de los chicos llamó
entonces a la policía, que no tardaron más de diez minutos en llegar a la escena del crimen y descubrir los cadáveres de las
seis víctimas atrozmente mutiladas a balazos. Media hora después, todos los habitantes del pueblo de Amityville comentaban
aterrorizados lo sucedido. Cuando interrogaron al único superviviente de la matanza, éste dijo que la noche anterior se había
quedado hasta las cuatro de la mañana viendo una película en la televisión, y como no podía dormir, decidió salir temprano
al trabajo dando un paseo, pero que no había escuchado nada. Los investigadores no
tenían ningún indicio que les permitiese sospechar de alguien en concreto, hasta que uno de los detectives que recorría las
habitaciones de la casa en busca de alguna pista, hallaba en la habitación del chico dos cajas de cartón que habían contenido
balas para un rifle del calibre 35, las mismas balas con las que habían asesinado a los DeFeo. Cuando los policías interrogaron
a los amigos del sospechoso, supieron que era un apasionado de las armas y la historia del robo de dinero de la empresa de
su abuelo. Las sospechas pronto recayeron sobre él. Otro indicio que les hizo pensar que estaba mintiendo era su coartada.
Había dicho que se había ido de la casa hacia las cuatro de la mañana por culpa de su ataque de insomnio y que por aquella
hora todo estaba en orden, pero los médicos habían asegurado que la hora de la muerte de los DeFeo estaba estimada entre las
dos y las cuatro de la mañana. Con esto, la grotesca historia del joven DeFeo empezaba a desmoronarse. Y más todavía cuando
comenzó a contradecirse en algunos de los hechos al sentirse intimidado por los policías que lo interrogaban sin descanso,
hasta que finalmente no soportó más la presión y confesó cómo había asesinado a cada uno de los miembros de su familia. El juicio tuvo lugar el
14 de octubre de 1975, casi un año después de los asesinatos, y los jueces tuvieron que determinar que no se trataba de ningún
enfermo mental, sino de un asesino metódico, de sangre fría y muy violento. Para evitar la temida
sentencia de ser condenado a perpetuidad o a la pena de muerte, Butch confesó como lo hubiese hecho alguien con una deficiencia
mental: dijo haber matado a su familia, pero que lo había hecho en defensa propia, porque ellos iban a matarlo sino, pues
desde hacía tiempo se sentía acosado por todos ellos. Dijo que no se arrepentía de nada y que cuando tuvo un arma en su mano
tuvo claro lo que debía hacer y quién era en ese momento. Era Dios, nadie podía mandar sobre él. Para los fiscales era
fundamental demostrar la peligrosidad del joven DeFeo, y para ello contrataron los servicios de dos psiquiatras locales de
reconocida fama. Para la acusación contaban con el Dr. Harold Zolan, y el que se ocupaba de la defensa se
trataba nada menos que del Dr. Daniel Schwartz, quien poco más tarde ganaría notoriedad nacional como el
psiquiatra que atendió a David Berkowitz, el célebre asesino en serie conocido como el Hijo de Sam
(a quien diagnosticaría erróneamente que era un enfermo mental, como se comprobó años después del juicio). Schwartz opinó que estaba
convencido que el joven era un neurótico con delirios paranoides, un verdadero enfermo mental, lo que no agradó a la acusación,
quién no se creía que una persona desequilibrada pudiese no solo poner tanto empeño y cuidado en deshacerse de las pruebas
como había hecho Butch con la ropa sucia y el arma. Por otro lado, el doctor Zolan afirmó que el comportamiento del presunto
asesino era el de una persona con personalidad antisocial, una forma de trastorno de personalidad, pero añadió que los que
padecen este desorden son perfectamente conscientes de sus actos y diferenciaban perfectamente el bien del mal, aunque estaban
motivados por una actitud imperiosa y egocéntrica que les conducía a la agresividad. En resumen, su diagnóstico indicaba que
era culpable de asesinato e imputable por ello. Después de un mes y siete
días, el jurado por fin se decidió por un veredicto entre la inocencia o la culpabilidad contra el joven DeFeo basado sobre
su estado de salud mental. El veredicto se emitió el 21 de noviembre, con 12 votos a favor y 0 en contra, declarando que era
culpable de seis asesinatos en segundo grado, por lo que fue condenado a veinticinco años de cárcel por cada uno de los crímenes.
En la actualidad, Ronald DeFeo Junior permanece encarcelado en el Departamento Correccional del Estado de Nueva York. La otra historia Los protagonistas cuentan
que sólo han podido vivir en la casa hasta el 14 de enero, un total de 26 días, porque se verían obligados a huir de allí,
pues al parecer la mansión estaba endemoniada. La historia que hay detrás
de la novela El horror de Amityville, de Jay Anson, y la película posterior que lleva el mismo título,
tiene todo el aspecto de ser un fraude deliberado, o por lo menos, nunca se han hallado pruebas convincentes que determinen
que los hechos narrados por los Lutz hayan sucedido de verdad. Si creemos en los testimonios
del matrimonio, éstos cuentan que desde el primer momento en que ocuparon la casa sintieron una presencia sobrenatural que
se iba haciendo más fuerte cada día, y que incluso la supuesta entidad maligna trató de apoderarse de los cuerpos de los residentes
manipulándolos a su propia voluntad. Lo que contaron fue que en la casa se escuchaban ruidos extraños a lo largo del día,
que aparecían manchas en las paredes, que había malos olores sin motivo aparente y que las puertas y ventanas se abrían solas. Kathy decía que se sentía
observada en determinadas habitaciones de la casa, que una noche vio unos ojos rojos que la miraban desde la oscuridad a través
de la ventana y que de repente comenzó a tener pesadillas repetitivas con los crímenes sucedidos en la casa pero soñando que
las víctimas eran los componentes de su familia. También el perro sentiría alguna presencia extraña en la casa, pues dicen
que se comportaba de manera nerviosa y asustadiza. El comportamiento de la pareja también
sufre un cambio. Cada vez discuten más a menudo por detalles sin importancia, cosa que antes nunca les había sucedido, y George
se muestra como una persona arisca de actitud agresiva. Además, renueva su aspecto físico dejándose crecer el pelo, guardando
un parecido sorprendente al asesino DeFeo. A los pocos días de habitar
la mansión, y convencidos que una presencia demoníaca acechaba sus pasos día a día, acuden a un sacerdote católico para que
bendiga la casa. Éste contaría más tarde que el día que entró en la casa con intención de consagrarla ayudado de sus rezos
y agua bendita, escuchó una voz que salía de la nada y le gritaba claramente una palabra: ¡Vete! Desde entonces parece que
los fenómenos se intensificaron. Cuando la familia Lutz
abandonó la casa diciendo no poder resistir los extraños sucesos, el lugar se convirtió en un nido de parapsicólogos, exorcistas,
videntes y espiritistas dispuestos a comunicarse con cualquier entidad que allí hubiese. Además, cantidad de periodistas y
escritores, o simplemente curiosos, eran atraídos por la casa del terror de Amityville. Una de las personas que
más investigó el caso fue el Stephen Kaplan, fundador y director del Instituto de Parapsicología Americano.
Al poco tiempo de que los Lutz abandonasen la casa, recibió una llamada del propio George Lutz invitándole a que fuese con
su equipo para que investigase la actividad paranormal del edificio. Kapland, que conocía los hechos que habían ocurrido anteriormente,
y temiendo que fuese una invención del matrimonio para hacerse publicidad, le contestó que no tenía inconveniente en hacerlo,
pero que si se trataba de una broma lo sacaría igualmente a la luz Pública. Unos días más tarde, George le volvió a llamar
para cancelar la investigación. Por aquel entonces el
caso de Amityville era muy conocido y las revistas no cesaban de publicar artículos sobre la casa endemoniada. La historia
había sido tan alimentada por los medios de comunicación que la gente seguía insistiendo en que la casa estaba realmente infestada
por una fuerza diabólica, pues nadie se podía explicar los horribles crímenes y los extraños fenómenos que les pasaban a los
Lutz. Se llegó a decir que el origen de las manifestaciones paranormales era que la casa estaba construida sobre un antiguo
pozo en el que una tribu india dejaba morir a sus miembros ancianos y enfermos. Al construir la casa encima de sus restos,
habrían despertado a los espíritus de su sueño eterno y simplemente se manifestaban a modo de protesta para que les dejasen
descansar en paz. Tras una investigación
inicial, Kaplan estaba convencido que todo era falso, que en esa casa no ocurría nada fuera de lo común. Pensaba que tal vez
no mentían en todo y que podía haber ocurrido algo fuera de lo normal, lo más probable es que fuesen víctimas de una alucinación
o de un hecho extraño y aprovecharon para montarse la historia de la casa encantada. A pesar de los defensores de la opinión
que la casa estaba poseída, Kaplan logró demostrar que todo era un fraude. Kaplan consiguió que William Weber,
el abogado defensor del asesino DeFeo confesara que todo había sido pura invención de él y Georges Lutz, con el interés del
primero de que se volviese a considerar la condena de su cliente, para que creyesen que la estancia en la casa le había vuelto
loco y le redujesen la condena por demencia. El interés de Lutz era sencillamente el dinero que la historia le podía aportar
para pagar las deudas en las que estaba metido y abandonar la gran hipoteca de esa casa, que no podía pagar. Los cachorros
del Maligno Por
Manuel Carballal Unos beben la sangre de sus víctimas y otros comen su carne. Algunos asesinan en el nombre de Satán y otros impulsados
por unas "voces sobrenaturales"... para la ciencia continúa siendo un misterio la motivación real que lleva a los Serial
Killers a cometer los crímenes más crueles, atroces y "diabólicos" a los que han tenido que enfrentarse las policías de todo
el planeta. Richard Ramírez, un joven
hispano de 29 años, es un psicópata asesino en serie, a pesar de que no presentaba un modus opernadi preciso, ya que utilizaba
indistintamente armas de fuego o armas blancas para cometer sus crímenes, y tampoco presentaba un tipo de víctima precisa
(asesinó igualmente a personas de dieciséis como de sesenta y tres años). Pero ¿por qué?. No existe una respuesta racional
a esa pregunta. El misterio de los Serial killers Durante su conferencia
Steven A.Egger, primer autor de una tesis doctoral sobre Serial Killers y profesor de Justicia Criminal en la
Universidad de Illinois definió los asesinatos en serie como: "La obra de uno o mas individuos que comenten un segundo
y posterior asesinato, sin que haya relación anterior entre victima y agresor. Los asesinatos posteriores ocurren en diferentes
momentos y no tienen relación aparente con el asesinato inicial, y suelen ser cometidos en una localización geográfica distinta.
Además, el motivo del crimen no es el lucro, sino el deseo de ejercer control o dominación sobre sus victimas". Sin duda se trata del
criminal más temido por las policías de todo el mundo, ya que resulta especialmente difícil investigar este tipo de crímenes
en los que no existen relación entre las victimas, ni entre el agresor y ellas. Además, la especial crueldad con que los asesinos
comenten estos crímenes aterra y desconcierta a los investigadores. Es como una furia salvaje desatada de pronto, que arrasa
todo lo que encuentra a su paso. Es como la expresión del "Mal" en estado puro ya que ¿existe más maligno que la violación,
mutilación y asesinato de docenas de seres humanos sin causa aparente?. Según las escalofriantes
estadísticas ofrecidas en este congreso, la mayor parte de los psicópatas que terminan de cumplir su condena y salen de prisión,
vuelven a matar. En el citado congreso eran definidos como "adictos al crimen". Y no se trata del mero acto de robar la vida
a otros seres humanos, sino de la brutalidad y crueldad con que esos crímenes son cometidos. Ted Bundy, Arthur Shawcross,
John Wayne Gacy, Ed Kemper, Ed Gein todos ellos se han convertido en personajes populares en los Estados
Unidos por haber asesinado a docenas de personas sin un móvil aparente. Mitificados como astros de cine, o ídolos de rock,
sus fotos adornan las carpetas y camisetas de miles de adolescentes americanos; reciben centenares de cartas de admiradores
e incluso, muchos de ellos -como el mismísimo Ramírez- han llegado a casarse en prisión con alguna de sus fans. ¿Cómo es posible
que los peores monstruos de la humanidad despierten esa fascinación? ¿Acaso, como sugieren algunos autores, los Asesinos en
Serie son los verdaderos "cachorros" del Maligno? Sacrificios para el Diablo En aquella ocasión los
asesinatos en serie, más de catorce, fueron cometidos por Adolfo de Jesús Costazgo y Sara Aldrete (en la cual
se ha inspirado Alex de la Iglesia para su película Perdita Durango). Costazgo y Aldrete lideraban un culto satánico
en el cual se sacrificaban seres humanos para intentar proteger los turbios negocios de Costazgo de la policía. Iniciado en
la Regla de Palo Monte en su Cuba natal, Costazgo consiguió convencer a sus seguidores -una banda de narcotraficantes- de
que sus rituales satánicos les protegerían de las balas de la policía. Vana pretensión, ya que, tras ser cercado por los agentes
mexicanos, ordenó a uno de sus seguidores que le disparase antes de caer en manos de la policía... Muchos Serial Killers,
como el mendigo Eugene Britt, o el famoso Harry Lee Lucas, han atribuido el origen de sus crímenes a un "espíritu
diabólico" que se apoderaba de su voluntad y los hacía matar. Unos, como Ramírez, actuarían en solitario, sin embargo, según
algunas fuentes, tras algunos de los Asesinos en Serie más famosos de la historia criminal, se ocultarían cultos satánicos
organizados. En 1976 comenzaron una
serie de brutales crímenes en New York que aterraron a la opinión publica norteamericana. Durante un año un individuo -que
aparentemente actuaba sólo- disparó a quemarropa contra más de una decena de personas, causando la muerte a más de la mitad,
y hiriendo de gravedad a las restantes. Como había ocurrido en el caso de Costazgo, y en tanto otros, fue una casualidad la
que llevó a la detención del asesino. Una multa de tráfico puso a la policía en la pista del autor de aquellos crímenes que,
en base a algunos anónimos enviados por el asesinos la policía, se bautizaron como los asesinatos de El Hijo de Sam.
El autor de estos homicidios resultó ser David Berkowitz, un joven de 25 años que afirmaba que una voz le ordenaba
matar. Sin embargo, para varios policías de New York que participaron en el caso, y para varios investigadores civiles, Berkowitz
no actuó sólo. En base al relato de varios testigos presenciales de los asesinatos, en base a las descripciones del/los sospechosos,
y en base a los anónimos enviados por El Hijo de Sam a la policía, se ha especulado con la teoría de que David Berkowitz
era sólo un instrumento utilizado por un culto satánico. Esta hipótesis, compartida por varios investigadores del caso, dio
lugar al guión de la película El Salario del Diablo, en el cual se pretende que tras los crímenes de El Hijo de
Sam en realidad se ocultaba una secta satánica que grababa en video los asesinatos, para comercializarlos como snuff movies...
Otras sectas, como la de Charles Manson, merecerían un capitulo aparte. Pero, si ya la motivación "satánica" resulta insólita
como justificación de asesinatos en serie, ¿qué decir de móviles vampíricos o licantrópicos? Y es que, sin duda, pocas cosas
pueden sorprender tanto a un policía como tener que buscar a un asesino que mata para beber la sangre de sus víctimas o comer
su carne... Los verdaderos vampíros Se trataba del taxista
de 28 años Gholamreza Khoshrou Kouran Kordieh, más conocido como Ali Reza. Según la información que me facilitó
la Embajada de Irán, Ali Reza violó y asesinó al menos a nueve mujeres y niñas para beber su sangre, entre febrero y junio
de 1997. Condenado a 214 latigazos proporcionados por los familiares de las víctimas y a la pena capital, El Vampiro de
Teherán fue colgado de una gran grua, ante miles de testigos, el 13 de agosto de ese mismo año. Inmediatamente algunos
"intelectuales" sugirieron que unos crímenes tan delirantes como los de El Vampiro de Teherán sólo podían producirse
en un país "primitivo" e "inculto" como Irán. Pretensión esta absolutamente ridícula, ya que algunos de los asesinatos "vampíricos"
más espeluznantes de la historia criminal se han cometido en países del "primer mundo", como Estados Unidos. Sin ir más lejos, el coronel
Robert Ressler, tal vez el mayor especialista en Asesinos en Serie del FBI (y quizás del mundo), dedica el primer capítulo
de su primer libro: El que lucha con monstruos, a otro "Drácula de la vida real": Richard Chase, alias
El Vampiro de Sacramento. Richard Trenton Chase
asesinó a dos familias enteras, llevado por una delirante creencia; su sangre estaba envenenada y debía conseguir sangre humana
para poder mantener su propia vida. En su delirio, Chase hablaba de una conspiración de los OVNIs y de los nuevos movimientos
nazis que intentaban matarlo, pero su creencia más importante era la de que tenía que beber sangre humana para poder vivir.
Cuando fue detenido se le incautaron recipientes, como una batidora, en la que preparaba la sangre de sus víctimas, y trozos
de su carne, como si de un jugoso zumo se tratase. Según consta en los archivos
del Centro de Investigación y Análisis de la Criminalidad Violenta y Sexual (CIAC), entre los Serial Killers más importantes
de la historia se encuentran numerosos casos en los que la necesidad de beber sangre humana era el principal móvil de los
crímenes. Me refiero, por supuesto, a "vampiros" que han asesinado en el presente siglo veinte, ya que la historia antigua
no ha ofrecido otros casos no menos inconcebibles, como de Vlad Tepes Draculea, Gilles de Rais o la Condesa
Bathory, entre otros. Estos son algunos de los más conocidos "vampiros" del siglo XX: GEORG KARL GROSSMAN: Fue detenido en agosto de 1921, cuando un vecino escuchó
los gritos de una joven y llamó a la policía, siendo Grossman sorprendido mientras se bebía la sangre de su última víctima.
Los analistas de la policía identificaron los restos de al menos tres mujeres asesinadas en las tres semanas anteriores a
la detención, pero se encontraron docenas de prendas de ropa y efectos femeninos en el apartamento. Es imposible calcular
cuantas fueron las víctimas exactas de Grossman. Los cálculos más aceptados por los criminalistas hablan de unas cincuenta. "EL VAMPIRO DE HANNOVER": El caso Haarmann parece una réplica del caso Grossmann,
tan cercano en el espacio y en el tiempo. Haarmann elegía a sus víctimas en la estación de ferrocarril de Hannover. Principalmente
niños o jóvenes que habían huido de casa, o llegaban a la capital en busca de trabajo. Haarmann fue declarado culpable de
27 asesinatos de muchachos, de entre doce y dieciocho años. Sin embargo Haarmann llegó a decir que "podrían haber sido
unos 40". Los mataba, bebía su sagre y comia parte del cuerpo. "EL VAMPIRO DE DÜSSELDORF": Durante el proceso, iniciado el 13 de abril de 1931, los
magistrados tubieron que soportar la gélida descripción que Peter Kürten hizo de sus crímentes: "Necesitaba sangre como
ustedes necesitan alcohol". Confesó con todo detalle como asesinaba a sus víctimas, algunas niñas de solo cinco años,
usando un martillo, tijeras, etec, y destrozando absolutamente los cadávers. Decía que Jack el Destripador era su ídolo... ALBERT FISH: Cuando fue detenido, la policía encontró muchos recortes
de prensa referentes al caso Haarmann en el apartamento de Albert Fish. Recortes que fueron utilizados como prueba durante
el juicio que se inició en el Tribunal de White Plains el 12 de marzo de 1935. Definido por la prensa como "el criminal
más repulsivo de todos los tiempos", Fish es un buen ejemplo de "asesíno místico". Según sus allegados, se proclamaba
la reencarnación de Cristo y "el instrumento de Dios contra la Humanidad", algo que repitió durante el juicio. "Beber
su sangre -declaró- me producía verdaderos arrebatos de éxtasis sexual". FLORENCIO FERNANDEZ: El 14 de febrero de 1960, y tras pintoresca operación policial
se detuvo al vampiro argentino. Hacía semanas que varias jovenes estaban siendo atacadas por un individuo que, aprovechando
la oscuridad nocturna, penetraba en el interior de los domicilios de sus víctimas, aprobechando que se acostaban con las ventanas
abiertas a causa del calor reinante en esas fechas. Una vez dentro de la casa, se avalanzaba sobre ellas mientras dormían,
sujetándolas a la cama y mordiendo profundamente sus gargantas para beber su sangre. MARCELO DE ANDRADE: El año 1992 entró salpicado de sangre para la prensa del
Brasil. "Bebía su sangre para mantenerme joven y guapo"; con tan insólita declaración el brasileño de 25 años Marcelo
Costa de Andrade, ex -miembro de la secta Iglesia Universal del Reino de Dios, pretendía justificar sus brutales crímenes.
Captaba a los niños en las zonas marginales de Rio, y los convencía para que le acompañases ofreciéndoles comida, golosinas
o dinero. Los mataba a golpes y los violaba, dejando bandejas con comida al lado de los cadáveres. Después compraba los periódicos
para ver si los cuerpos habían sido hallados. FILITA MALISHA: El 23 de marzo de 1995 una anciana de 60 años oriunda de Solwezi (Zambia) se
personó por propia voluntad en la comisaría de policía para confesar que había asesinado a siete de sus hijos. Según declaró
Filita Malisha, había asesinado a sus hijos a lo largo de varios años, en rituales de magia negra que había aprendido de su
madre. Y tras asesinarlos, bebía su sangre y comía parte de los cadáveres. Cuando el hombre se vuelve bestia Eran tan brutales las
mutilaciones que infringía a sus víctimas, que durante la investigación de uno de los últimos crímenes se produjo una anécdota
sorprendente. En la Rusia de finales de los ochenta se producía una oleada de OVNIs (recordemos el caso Voronezh) que acaparó
la prensa internacional. Al mismo tiempo comenzaban a llegar desde Puerto Rico las primeras noticias sobre el Chupacabras
y las mutilaciones de animales asociadas con OVNIs. Pues bien, dos agentes de policía de Rostov protagonizaron un avistamiento
OVNI muy cerca del lugar donde se descubrió el cadáver de una de las últimas víctimas de "La Bestia". Este incidente, unido
a la increíble brutalidad de las mutilaciones, hizo correr el rumor entre la policía de que el autor de aquellos crímenes
no podía ser un humano... Y es que el caso Chikatilo,
que hace palidecer a cualquiera de los relatos medievales sobre licántropos, recuerda poderosísimamente al primer Serial Killer
español: Manuel Blanco Romasanta, alias El Hombre-Lobo de Allariz. Blanco Romasanta (ver Mas Allá nº 65) asesinó
a 13 personas, mutilándolas y devorándolas, llevado por la creencia en que, víctima de una maldición infantil, en ciertas
noches de luna llena perdía su forma humana, convirtiéndose en un lobo sediento de sangre, que mataba sin poder contener sus
impulsos asesinos. De entre todos los asesinos en serie españoles, como Manuel Delgado El Arropiero, José
Rodríguez Vega el asesino de ancianas, Juan Luis Larrañaga "Koldo", o Joaquín Ferrandiz, entre otros,
tan sólo García Escalero "el mendigo asesino", ha rozado minimamente la fiereza y crueldad de Manuel Blanco
Romasanta. García Escalero, un mendigo que ya en su infancia visitaba los cementerios y se colaba en las funerarias para acostarse
junto a los cadáveres que tanto le atraían, asesinó a más de una docena de personas en Madrid hace pocos años, llegando a
decapitar a algunas de sus víctimas y a comerse parte del corazón de otras... Pero ¿hasta que punto
las creencias esotéricas pueden suponer un móvil importante en el delirio de los asesinos en serie?. Resulta difícil de calcular.
Sin embargo es indudable que dichas creencias han servido para que muchos Serial Killers justificasen sus brutales crímenes... Jefrey Dahmer, por ejemplo, debió asimilar muy mal sus lecturas sobre vudú
haitiano, ya que asesinó y se comió a quince personas, intentando convertirlos en zombies. Dahmer, que al parecer se había
aficionado a las lecturas ocultistas, decidió sustituir el polvo zombie que utilizan los bokor haitianos, por una primitiva
operación pseudoquirurgica en la parte trasera del cráneo de sus víctimas... Desgraciadamente Dahmer fue asesinado en la cárcel
antes de que pudiese ser objeto de un estudio en profundidad sobre las anomalías que sin duda deberían existir en su cerebro.
Pero en otros casos, el psicópata asesino, ni tan siquiera fue capturado. Entre 1968 y 1978 un asesino
"astrológico" se confesó autor de 37 crímenes. El Asesino del Zodiaco, elegía a sus victimas en función de su signo
astrológico, y nunca pudo ser capturado. En 1990 reapareció, aunque todos los expertos coinciden en afirmar que se trataba
de un imitador. Pero lo importante es que ese nuevo criminal "astrológico" continuó sembrando la muerte entre los habitantes
de Nueva York, eligiendo a sus víctimas por su "carta astral". Según los astrólogos que fueron consultados por la policía
newyorkina, el nuevo Asesino del Zodiaco había superpuesto una carta astrológica de Orión sobre un plano de New York,
o eso sugería la situación de sus víctimas en el mapa. Sin embargo, al igual que había hecho Jack el Destripador, "el pistolero
astrológico" dejó repentinamente de matar, y desapareció con el mismo misterio con que había surgido. Su identidad continúa
hoy siendo un enigma. Ante el absurdo de estos
brutales crímenes podemos seguir dudando sobre la existencia o no del Diablo. Pero si realmente El Maligno existe, sin duda
los Serial Killers, son sus mejores cachorros... Durante la reunión con
los miembros de CIAC que entregaron a Robert Ressler su diploma como miembro honorífico de primer centro de estudios español
sobre Asesinos en Serie, pudimos mantener una entrevista con el principal especialista en Serial Killers del mundo. El Coronel
Ressler, que ha asesorado películas como "El Silencio de los Corderos", "Copycat" o "Expediente X", sirvió como inspiración
del agente Mulder. No en vano se trata del mejor especialista en Asesinos en Serie del FBI, al igual que el ficticio "siniestro"
Fox Mulder, sino que incluso se atrevió a invitar a la sede central del FBI a videntes, como Norma Rainer, a la que pidió
su colaboración en la investigación de varios casos de Serial Killers. El culto satánico de Matamoros Por
Pili Abeijon Desde el rancho de Santa Elena, en la ciudad fronteriza de Matamoros (Méjico), Adolfo de Jesús Constanzo y
su banda transportaban semanalmente una tonelada de marihuana al país vecino... pero el lugar no era sólo un centro de distribución
de drogas. En 1989 fueron acusados de asesinar a más de una docena de personas durante unos rituales de Palo Mayombe, un culto
afroamericano. Los "narcosatánicos" habían convertido el rancho en una verdadera casa de los horrores. Estas sorprendentes confesiones
obligan a la policía a registrar el rancho, hallando allí otros ciento diez kilos de marihuana... y algo mucho más macabro:
un caldero de hierro de hedor pestilente que contiene sangre seca, un cerebro humano, colillas de cigarros, 40 botellas vacías
de aguardiente, machetes, ajos y una tortuga asada. Alrededor de la casa, una fosa común con doce cadáveres descuartizados,
a los que se había extirpado el corazón y el cerebro en algún extraño ritual. Entre ellos se hallaba
el cuerpo de Mark Kirloy, un estudiante de medicina desaparecido en marzo de 1989 al que habían amputado las dos piernas
y el cerebro, y con parte de cuya columna vertebral el líder del grupo se había fabricado un alfiler de corbata que le servía
de amuleto... Los agentes de la policía
judicial detienen a un grupo de personas implicadas, quienes confiesan haber matado a esos individuos por orden del Padrino
Adolfo de Jesús Constanzo, de 27 años de edad e hijo de un americano y una cubana practicante de la Santería y Palo Mayombe,
a cuyas artes mágicas había iniciado desde que tenía tres años. En 1980, Constanzo comienza
a vender sus servicios como mayombero en Miami, trasladándose posteriormente a Méjico en dónde obtiene un gran éxito con sus
trabajos de magia negra. Su excelente reputación entre las altas esferas le sería debida a los poderes mágicos que le eran
atribuidos, al misterio que continuamente le rodeaba y a su carismática personalidad. Los rituales de purificación
o limpias (ceremonias para limpiar "malas energías negativas") y de protección, le proporcionan entre ocho mil y cuarenta
mil dólares entre sus clientes, la mayoría, importantes personalidades americanas. Ávido por obtener más
poder, comienza a efectuar sacrificios en sus rituales para dar mayor sensacionalismo y espectáculo, siempre ayudado por una
joven divorciada que se convertiría en su musa y amante, la estudiante norteamericana de 24 años Sara Villarreal Aldrete. Sara se convierte en gran
sacerdotisa del culto y participará activamente en todas las sangrientas ceremonias, además de reclutar a nuevos miembros
y explicarles las actividades de la secta. Adolfo convence a los
demás que serán completamente invulnerables a las balas y que tendrán el poder de hacerse invisibles si siguen al pie de la
letra sus instrucciones: confeccionando una ganga o caldero mágico con unos ingredientes especiales además de secretos en
los ritos de Palo Mayombe, como son la sangre y algunos miembros humanos mutilados, preferentemente cerebros de criminales
o locos, a ser posible de hombres de raza blanca, pues supuestamente éstos son más influenciables por el verdugo. (Para el
autor del asesinato la tortura a la víctima es un factor muy importante, pues el alma de la víctima debe aprender a temer
a su verdugo por toda la eternidad con el fin de hallarse para siempre sujeta a él.) El rito termina cuando
los participantes beben la "sopa" del caldero formada con la sangre de la víctima, su cerebro y los demás elementos que completan
la siniestra ganga... lo cual les dará todo el poder que los criminales deseen. Los detenidos revelaron
además la existencia de otra sede del grupo en otras ciudades mexicanas, en dónde se fueron descubriendo más delegaciones
y sucediendo una serie de detenciones. A partir de ese momento,
más de trescientos policías participan activamente en la búsqueda de Constanzo y sus seguidores más próximos: Sara Aldrete,
Álvaro de León Valdez, Omar Francisco Orea, y Martín Quintana, quienes emprenden una huida por todo México
durante tres semanas. Constanzo
intenta negociar con las autoridades mexicanas amenazando con revelar todos los nombres de los personajes conocidos que
participan en su culto, pero esto pesa poco comparado con la atrocidad de sus crímenes y la policía se muestra intransigente.
(Estas negociaciones se han mantenido en secreto durante mucho tiempo por lo que más tarde saldría a la luz pública: que numerosos
policías habrían estado implicados en la secta). Mientras éstos eran perseguidos,
las detenciones en distintas ciudades con narcosatánicos se multiplicaban. Sintiendo que el fin de
sus crímenes estaba cerca, Adolfo y sus cómplices se refugian en una mansión de las más lujosas del Obispado de Monterrey,
con un circuito cerrado con seis cámaras que vigilaban el jardín y accesos a la vivienda protegidos. El 6 de mayo, son descubiertos
por algunos agentes de la policía judicial que se hallaban registrando la zona, y sintiéndose acorralados, los cómplices del
Padrino comienzan a dispararles desde una ventana del edificio en la calle Río Sena de la Ciudad de Méjico. Al momento se presentan
varias patrullas de refuerzo que pueden acercarse y llegar hasta el cuarto piso, desde dónde disparaban. Dentro se encontraban
Constanzo y los demás, quienes habían hecho un pacto de suicidio mutuo si no lograban deshacerse de los policías. Viendo la gran cantidad
de agentes que les rodeaban y ganaban terreno a cada paso, desesperado, ordena a su compañero Valdez que le dispare con una
ametralladora que le tiende, y Quintana, fiel con su líder decide de suicidarse con él. Ambos se meten en un armario ordenando
disparar a Valdez. Unos instantes después,
son detenidos tan solo tres supervivientes, contabilizándose unos quince seguidores fieles de estos sangrientos cultos. Según las aterradoras
declaraciones de Sara a la policía, desde que conoció a Constanzo, mantuvo una doble vida comportándose como una chica normal
con sus amigos y familia, y como una fría asesina por otro. Ella misma se dedicaba
a torturar a alguna víctima, entre las cuales Gilbert Sosa, un traficante de drogas. Delante de los demás miembros
del culto, ordenó que se le colgase del cuello, con las manos libres para que pudiese sobrevivir agarrándose a la cuerda.
Luego lo sumergió en un barril de agua hirviendo, mientras ella le arrancaba los pezones con unas tijeras. Confesaría además otros
crímenes brutales, cómo uno de los miembros de la secta mantiene a la víctima con vida después de haberle cortado el pene,
las piernas y los dedos de las manos. Le abre el pecho de un machetazo y le agarra el corazón sin desprenderlo, lo muerde
a dentelladas mientras el moribundo lo mira agonizando... Más tarde negaría su participación
en los desquiciados rituales, asegurando que el Padrino la retuvo contra su voluntad al haberse descubierto la matanza
de Matamoros. En la actualidad Sara
Aldrete Villarreal purga una pena de 50 años por homicidio en una cárcel mexicana, sin siquiera saber que su historia ha inspirado
la Perdita Durango de Alex de la Iglesia, película estrenada en septiembre de 1997. El hombre
lobo de Allariz Por
Pili Abeijon En el Archivo Histórico del Reino de Galicia se conserva un insólito proceso judicial bajo la referencia "Causa 1788,
del hombre-lobo", datado en el año 1852. El hombre en cuestión
era Manuel Blanco Romasanta, de 42 años de edad, apariencia agradable, conocido y apreciado por los vecinos de Allariz
(Orense). Se dedicaba a la venta ambulante entre Galicia y Portugal, además de ser un gran conocedor de los bosques de la
región y ayudar a los viajeros a atravesar las montañas desde Galicia a León, Asturias y Cantabria. Sus dos primeras víctimas,
madre de 47 años e hija de 17, fallecerían en el año 1846. Ambas se disponían a abandonar su pueblo natal hacia Santander,
en dónde esperaban encontrar un empleo y mejores condiciones de vida, lejos del duro trabajo en el campo. Así, acordaron que
Romasanta las acompañase en el viaje, y los tres se pusieron en camino. La señora se dejaba guiar en silencio, confiando plenamente
en aquel hombre tan agradable y servicial, sin imaginar siquiera lo que ocurriría una vez adentrados en uno de los frondosos
bosques gallegos... De repente, Manuel Romasanta
se detiene sacudido por un escalofrío y movimientos espasmódicos. Empieza a vomitar una espuma espesa contrayendo la boca
como si su mandíbula se estuviese desencajando, con ojos inexpresivos y mirada perdida, mientras que las dos mujeres no aciertan
más que a mirarlo, asustadas. Al momento, sin darles tiempo a reaccionar, se echa encima de la mayor rugiendo salvajemente,
y como si fuese un animal, le muerde el cuello brutalmente. Excitado por el sabor de la sangre que comenzaba a manar de la
herida, sigue desgarrando la piel de la señora hasta que cae muerta. Acto seguido se lanza sobre la joven, que permanecía
hipnotizada observando la escena entre lágrimas. Una vez muerta también ésta, oculta lo que queda de los cadáveres entre unos
matorrales, e indiferente, se adentra en el bosque, en dónde permanece unos días antes de regresar al pueblo. Allí, cuenta a los familiares
de las víctimas: "Están felices las
dos, siempre que las veo me dan las gracias por haberlas llevado a Santander. Buenos amos, buena comida, y hasta buen tiempo,
que el salitre del mar es siempre mejor que la humedad fría de estos montes..." Acto seguido, convence
a más mujeres que sigan el mismo camino que las dos "afortunadas" y que emigren a Cantabria, en dónde el nivel de vida es
muy próspero y que los más adinerados buscan jóvenes para tenerlas en sus casas como sirvientas. Así, otras vecinas se harían
acompañar del guía en sus viajes, en busca de una buena colocación. Los siguientes serían
una señora de 34 años y su hijo. Aunque desconfiando en parte por sólo tener noticias de oídas de boca de Romasanta y no de
la misma vecina, termina por convencerse vendiendo lo poco que poseía y lanzándose a lo que ella pensaba, sería una aventura... Como había sucedido con
las otras dos, en un lugar del bosque con vegetación espesa el guía empieza a comportarse de forma extraña. Insiste para que
se detengan a "comer algo" (nunca mejor dicho). Enciende un fuego, y como ya había anochecido propone que duerman un poco
al amparo de la lumbre. Evidentemente, él no tenía intención de dormir, pero sí de espiar los movimientos de sus dos acompañantes.
Así estuvo durante un buen rato notándose cada vez más excitado, hasta que considerando un momento que le parece propicio,
se levanta sin hacer ruido y sacando un cuchillo del zurrón que le colgaba del hombro, asesta un golpe mortal en el corazón
de la mujer. Repitió el mismo gesto con el niño que dormía tranquilamente sin haber oído nada. Luego, víctima de nuevas convulsiones,
se dedicó a desgarrar los cuerpos a mordiscos y a beber la sangre que salía de las profundas heridas, rematando la carnicería
con nuevas cuchilladas en ambos cuellos sin vida. La misma suerte correrían
cinco personas más, todas mujeres y niños que partían hacia el noroeste. Como los años pasaban
y los familiares no volvían a recibir de sus noticias, más que lo que Romasanta contaba, empezaron a correr rumores por todo
el pueblo de que los viajantes habían sido asesinados. Las sospechas, que evidentemente giraban entorno al guía, resultarían
fundadas cuando uno de los vecinos asegura haber visto siempre a Romasanta viajar solo, sin rastro alguno de las mujeres.
Pasando de ser sospechoso de nueve crímenes a convertirse en acusado, éste se va del lugar antes de que lo consigan detener. Abandona Galicia para
irse a un pueblecito de Toledo, en dónde estaría trabajando como segador hasta que es reconocido y denunciado en julio de
1852. Al poco tiempo, el alcalde de esa localidad dicta un acto de detención en el que se le acusa de los nueve crímenes,
además de múltiples robos en las casas de la víctimas para vender luego los objetos en los distintos mercados del lugar. Un
mes más tarde es conducido a la prisión de Allariz, en dónde confiesa con una estremecedora frialdad y con todo lujo de detalles,
cómo había asesinado y devorado a doce personas en los bosques gallegos, "Por culpa de una maldición
de uno de mis parientes, tal vez mis padres, me convertía en lobo, desnudándome primero y revolcándome después por el suelo
hasta tomar dicha forma... pero la maldición terminará el día de San Pedro, cuando se hayan cumplido trece años desde mi primera
metamorfosis..." Acto seguido, el asombrado
juez ordena a los médicos realizar un reconocimiento psiquiátrico al acusado, afín de determinar su estado mental. Tres médicos
y dos cirujanos emitirían el siguiente informe: "Pretende el detenido
hacerse pasar por un ser fatal y misterioso, un genio del mal, lanzado por Dios en un mundo que no es su centro, creado ex
profeso por el mal ajeno a que le impide la fuerza oculta de una ley irresistible, en virtud de la cual cumple su fatídico
y tenebroso destino... En el hombre hay dos
fundamentos de facultades: el cerebro, para las del entendimiento, y las vísceras para los arranques o ímpetus, y de la ocurrencia
de ambos orígenes resulta un tercer estado potente y temible: que exageradas estas facultades producen efectos diversos proporcionales
a su origen, y en la tercera o concurso de ambas tornan al hombre idiota o loco absoluto. La licantropía pertenece a la tercera,
por ello se presta especial atención al examen del estado visceral del reo así como de la craneoscopia... No se presenta en el
organismo del detenido ni señales amnésicas, ni causas ni motivos actuales capaces de dar origen a perturbaciones violentas
de la inteligencia. Las inclinaciones que de él pueden inferirse, no son suficientes para explicar por supuesta licantropía,
ni los actos que inducen son coactivos e invencibles, por lo que Manuel Blanco Romasanta obra con libre albedrío, conocimiento
y fin moral. Su inclinación al vicio
es voluntaria y no forzosa. El procesado no es loco, ni imbécil, ni monomaníaco, ni lo fue ni lo logrará ser mientras esté
preso, y por el contrario resulta que es un perverso, un consumado criminal capaz de todo, frío y sereno, sin bondad y con
albedrío, libertad y conocimiento. El objeto moral que se proponía era el interés. Su confesión explícita fue efecto de la
sorpresa, creyéndolo todo descubierto. Su exculpación es un subterfugio. Los actos de piedad, añagaza sacrílega. Su metamorfosis,
un sarcasmo..." El juicio contra el Hombre-Lobo
dura aproximadamente un año, tras el cual, el 6 de abril de 1853 se emite una sentencia de muerte por el juez de Allariz,
que lo condena a garrote vil y a una indemnización de 1000 reales por cada víctima. Sin embargo, la suerte estaría de su lado,
pues antes de la ejecución, un hipnólogo francés que había seguido el caso del Hombre-Lobo, envía una carta al ministro de
Gracia y Justicia afirmando que Romasanta era un afectado de una monomanía conocida como licantropía, y que debido a un desorden
de las funciones de su cerebro no era responsable de sus actos. Dice que a través de la hipnosis él mismo había tratado esa
enfermedad con alguno de sus pacientes, por lo que pide que no se ejecute la sentencia y que se le permita estudiar el caso. Al mismo tiempo, la defensa
del acusado protesta que no se puede asegurar rotundamente que el verdadero asesino haya sido Romasanta, alegando con razón,
que no es suficiente una confesión para justificar un delito. Y en efecto, como nada prueba que el hombre matase realmente
a las víctimas, se dirige a la reina Isabel II para que la causa sea revisada por el Tribunal Supremo de Justicia. En consecuencia, la reina
firma una orden que libra a Romasanta de la pena capital, reduciéndose esta a una menor como era la condena a cadena perpetua. Finalmente éste moriría
al poco tiempo en la misma prisión de Allariz en dónde cumplía dicha condena. El crimen del Rol Por
Pili Abeijon "Salimos a la una y media. Habíamos estando afilando los cuchillos, preparando los guantes y cambiándonos, poniéndonos
ropa vieja en previsión de que la que llevaríamos quedaría sucia... Quedamos en que yo me lanzaría desde atrás y agarraría
a la víctima mientras él le debilitaba con un cuchillo de considerables proporciones. El mío era pequeño pero muy afilado
y fácil de disimular y manejar, y se suponía que yo era el que debía cortarle el cuello. Yo sería quien matase a la primera
víctima". El 30 de abril de 1994,
el conductor del autobús que como cada mañana hacía una parada en el barrio madrileño de Bacarés, se detuvo a fumar un cigarrillo.
De repente, algo entre los matorrales cercanos le llama la atención, y al acercarse, descubre el cuerpo sin vida de un hombre
de mediana edad sádicamente acribillado a puñaladas... Todo parecía indicar que
se trataba de una víctima de un robo, a no ser, por que el asesino se había dejado "olvidadas" las 60.000 pesetas que éste
llevaba en uno de sus bolsillos, un reloj, y un trozo de guante de látex supuestamente roto durante el forcejeo. El crimen era todo un
enigma hasta que la policía detiene a los dos presuntos autores: Javier Rosado de 21 años y Félix Martínez de 17, ambos
estudiantes y asiduos jugadores de rol. Los jóvenes se conocieron
en un centro cultural en el que se reunían todas las tardes para jugar al rol, especialmente un juego inspirado en el racismo
e ideado por el propio Rosado: Razas. Un día, Rosado propone
a sus compañeros de juego el implicarse más de lo habitual y buscar una verdadera víctima siguiendo las instrucciones de Razas... Nadie salvo Félix parece
tomárselo en serio. Estuvieron un buen rato
sentados en el parque planeando el crimen. Habían decidido matar preferiblemente a una mujer, y desde allí, iban descartando
posibles víctimas entre la gente que pasaba. Al cabo de una hora, hartos
de esperar, se pasean por las calles cercanas en busca de su "presa". A las cuatro y media,
ya desesperados y rabiosos optan por matar a la primera persona con la que se topasen, y ésta sería Carlos Moreno,
un empleado de limpieza de 52 años que se encontraba esperando el autobús para regresar a su casa. "Nos preguntábamos
ya que hacer cuando vimos a una persona andar hacia la parada. Era gordito y mayor, tío y con cara de tonto. Discutimos seriamente
la última posibilidad. Lo planeamos entre susurros: sacaríamos los cuchillos al llegar a la parada, le atracaríamos y le pediríamos
que nos ofreciera el cuello (no tan directamente, claro), momento en el cual yo le metería mi cuchillo en la garganta y mi
compañero le apuñalaría en el costado. Simple". "Desde el principio
me pareció un obrero, un pobre desgraciado que no merecía la muerte. Era gordito, rechoncho, con una cara de alucinado que
apetecía golpear, barba de tres días, una bolsita que parecía llevar ropa y una papeleta imaginaria que decía "quiero morir"
menos acusada de lo normal. Si hubiera sido nuestra primera posibilidad allá a la una y media, no le hubiera pasado nada,
pero... ¡así es la vida!". Se acercan al hombre simulando
un robo como excusa para sacar los cuchillos, le piden todo su dinero y le sujetan las manos a la espalda. Como si se tratase
de simples ladrones, empiezan a registrar sus ropas a la espera de una buena ocasión para comenzar la carnicería... "Me agaché en una pésima
actuación de un chorizo vulgar a punto de registrar una chaqueta, le dije que levantara la cabeza y le clavé el cuchillo en
el cuello. Emitió un sonido estrangulado, de sorpresa y terror. Nos llamó "hijos de puta". Volví a clavarle el cuchillo en
el cuello, pero me daba cuenta de que no le estaba haciendo prácticamente nada excepto abrirle una brecha, por la que caía
ya sangre. Mi compañero ya había comenzado a debilitarle con puñaladas en el vientre y en los miembros, pero ninguna de estas
era realmente importante, sino que distraía a la víctima del verdadero peligro, que era yo." Llevado por la desesperación,
Carlos trata de liberarse de los dos verdugos apartándolos de un empujón y echándose a correr en dos ocasiones, pero en el
estado de flaqueza en el que se encuentra y las continuas puñaladas que éstos siguen propinándole en todo el cuerpo, no le
permiten llegar muy lejos. Para evitar más intentos
de huida, empujan a la víctima por un terraplén, en dónde siguen con su despiadado ataque. "Decidí cogerle por
detrás e inmovilizarle lo más que pudiera para que mi compañero le matara. La presa redobló sus forcejeos, pero estábamos
en la situación ideal, conmigo sujetándole y mi amigo a un metro dándole puñaladas. Empezaba a molestarme el hecho de que
no se moría ni debilitaba, lo que me cabreaba bastante. Seguí intentando sujetarle y mis manos encontraron su cuello, y en
él una de las brechas causadas por mi cuchillo momentos antes. Metí por ella una de mis manos y empecé a desgarrar, arrancando
trozos de carne arañándome las manos en mi trabajo... ... era espantoso:
¡Lo que tarda en morir un idiota! Llevábamos casi un cuarto de hora machacándole y seguía intentando hacer ruidos. ¡Que asco
de tío! Mi compañero me llamó la atención para decirme que le había sacado las tripas. Vi una porquería blanquecina saliéndole
de dónde tenía el obligo y pensé: ¡Cómo me paso! Redoblé mis esfuerzos divertido, y me alegré cuando pude agarrarle la columna
vertebral con una mano, atrapándola, empecé a tirar de ella y no cesé hasta descoyuntársela... ...Nuestra presa seguía
viva y emitía un sonido similar a las gárgaras, insistentemente y cada poco tiempo. Le dije a mi compañero que le cortara
la cabeza para que dejara de hacer ruido. Escuché un "ñiqui, ñiqui" y quejas de mi amigo de que el hueso era durísimo... ...A la luz de la luna
contemplamos a nuestra primera víctima. Sonreímos y nos dimos la mano. Me miré a mi mismo y me descubrí absoluta y repugnantemente
bañado en sangre. A mi compañero le pareció acojonante, y yo, lamenté mucho no poder verme a mí mismo o hacerme una foto.
Uno no puede pensar en todo..." Casi al final de este
macabro diario, Rosado confiesa que incluso brindaron y se fumaron un puro felicitándose por el crimen. Afirma que sentía
una paz y tranquilidad espiritual total, que tenía la sensación de haber cumplido con un deber, con una necesidad elemental
que por fin era satisfecha. No sentía ningún tipo de remordimientos, y estaba seguro que apenas tenían posibilidades de atraparle.
En las últimas líneas escritas, menciona un próximo crimen: "Pobre hombre, no merecía
lo que le pasó. Fue una desgracia, ya que nosotros buscábamos adolescentes, y no pobres obreros trabajadores. En fin, la vida
es muy ruin. Calculo un 30% de posibilidades
de que nos atrapen, más o menos. Si lo hacen será por las huellas dactilares o por irse de la lengua. Si no nos atrapan, la
próxima vez le tocará a una chica, y lo haremos mucho mejor..." Durante el juicio, el
diario fue una de las pruebas más importantes presentadas que inculpaban directamente a los dos jóvenes, y consideraba a Javier
Rosado como autor e inductor del asesinato a Carlos Moreno. Los psicólogos y expertos
no se ponen de acuerdo sobre la personalidad de Javier Rosado. Mientras unos lo tratan de psicópata frío y calculador que
debe ir a la cárcel inmediatamente, para otros no es más que un loco peligroso con esquizofrenia paranoide, que debe ser internado
en un centro psiquiátrico. Ambos bandos lo describen, como un personaje que sufre de un trastorno de la realidad además de
un trastorno de la personalidad múltiple. Rosado explicó a la policía
que en su interior convivían 43 personalidades diferentes. Cada una de ellas tendría su propia forma de escribir, relacionarse
y pensar, además de reglas y valores distintos. En su habitación, además
de gran cantidad de libros y revistas de rol, se encontrarían libros de temas paranormales, además de revistas, un tablero
ouija y quince cuchillos, lo que demostraba que sentía una afición o interés especial por el mundo del ocultismo. Desde su detención, se
presenta como un loco, y aunque la mayoría creen en un posible desequilibrio mental, algunos psicólogos piensan que el chico
miente abiertamente fingiendo estar enfermo para salir indemne del juicio. Por otro
lado, el caso de Félix Martínez queda claro rápidamente. El joven no sufría de ningún tipo de desequilibrio, y como sentencia,
al ser menor de edad se le condena a 12 años de cárcel. Y Javier Rosado, es finalmente condenado nada menos que a 42 años... Un serial killer Satánico Por
Pili Abeijon "Todos los asesinos en serie hacen cosas horribles, pero Ramírez es diferente a cualquier asesino en serie. No lo
podría clasificar dentro de los demás casos clásicos." Su vida delictiva empieza
cuando tan sólo tenía nueve años. Cómo la gran mayoría de los asesinos en serie, fue un adolescente muy problemático, empezando
a robar y posteriormente a consumir drogas. De Texas, su país natal, se va a los Ángeles en dónde empezaría su etapa en tanto
que criminal. Tanto los médicos como
los agentes del FBI encargados de perseguir y estudiar su persona, coinciden al afirmar que una de las cosas que lo diferencia
de los demás asesinos, es que los crímenes de Richard Ramírez no siguen ninguna pauta concreta. Él no seleccionaba
a sus víctimas, no le importaban ni el sexo ni la edad de éstas. Mató indistintamente a hombres y mujeres de edades comprendidas
entre los dieciséis y los ochenta y cuatro años en tan sólo unos pocos meses. Tampoco lo caracteriza
su forma de asesinar. Unas veces disparaba sobre sus víctimas, otras las apuñalaba, y en algún caso ha llegado a golpear con
un bate de beisbol hasta causarles la muerte. Por otro lado, su manera
de actuar reflejaba un cierto desorden mental. Tanto se podía comportar como un asesino organizado planeando el crimen de
forma consciente y sin dejar ningún indicio que pudiese identificarle, como lo hacía de forma desorganizada: sin motivos,
inconscientemente, guiándose por sus impulsos y creyéndose protegido por su dios, Satán. Entonces, no le importaba dejarse
el arma en el lugar del crimen o pararse después de haber cometido el asesinato para pintar símbolos satánicos en las paredes.
En algunas ocasiones robaba algo de dinero en la casa de la víctima o bien se paraba tranquilamente a comer lo que ésta guardaba
en su frigorífico. Según las propias declaraciones
del asesino, su juego favorito al salir de "caza", era buscar a la presa. Lo hacía paseándose entre las casas del vecindario,
escuchando en un walkman música de AC/DC. Una vez que elegía a la futura víctima, entraba en la casa tranquilamente y con
una frialdad inhumana procedía a violar, golpear y matar. Sus crímenes no siguen
ningún móvil aparente. Son totalmente imprevisibles, puesto que el asesino no sigue ni el mismo ritmo ni el mismo patrón en
su manera de actuar. Una cosa que sí se podría resaltar, es que al principio, Ramírez solía golpear y violar a sus víctimas,
dejando incluso a veces que se fuesen con vida. Pero a medida que pasa el tiempo, se va haciendo más y más cruel hasta el
punto que incluso remata sus crímenes mutilando los cuerpos, como en una ocasión, que no estando satisfecho de haber violado
una joven, le saca los ojos con una cuchara antes de apuñalarla y los envia al lugar del crimen el día siguiente. Cuando comenta
la anécdota en el juicio, declara sin dejar de sonreir: "Sí, ella aún estaba viva mientras se los arrancaba..." Aunque siempre confió
en que el poder de Satán lo protegía y que nada podría detenerlo jamás, lo cierto es, que en Agosto de 1985 es detenido por
la Policía de Los Angeles. El hecho de que Ramírez
no siempre acabase con las vidas de sus víctimas hizo posible que algunas de entre ellas fuesen capaces de describir al asesino.
Inmediatamente las fuerzas de seguridad de todo el país se encargaron de publicar un retrato robot en todos los medios de
comunicación, hasta que el 25 de Agosto, mientras caminaba por la calle, una mujer lo reconoce y da la alarma gritando: "Este
es el asesino". El Night Stalker
trata entonces de huir perseguido por un grupo de gente que furiosamente aclamaba: "¡Matadlo!", pero es finalmente
capturado mientras intentaba robar un vehículo. Por suerte para Ramírez,
una patrulla de la Policía interviene antes de ser linchado por la multitud. El día del juicio, el
4 de Octubre de 1989, se muestra más provocador que nunca, apareciendo con un pentagrama tatuado en la palma de la mano y
haciendo declaraciones como las siguientes: "...Yo no creo ni en
la hipocresía ni en los dogmas morales de la llamada sociedad civilizada. Sólo me basta con mirar dentro de esta habitación,
para conoceros tal y cómo sois: mentirosos, cobardes, asesinos, ladrones... y cada uno con su propia profesión legal. Sois
unos gusanos hipócritas, me ponéis enfermo..." "...No necesito oir
todas los raciocinios de vuestra sociedad. Ya los he oído antes y los argumentos siempre son los mismos..." "... No me entendéis.
Tal y cómo suponía, no sois capaces de hacerlo. Yo estoy más allá de vuestra experiencia. Estoy más allá del bien y del mal..." Finalmente es acusado
de 14 asesinatos, 5 intentos de asesinato, 9 violaciones (entre las cuales 3 han sido a menores), 2 secuestros, 4 actos de
sodomia, 2 felaciones forzadas, 5 robos y 14 allanamientos de morada. En 1989 es condenado a
pena de muerte en la cámara de gas. Desde la celda, espera el día de su ejecución sin perder la fe en el poder de Satanás: "...
¡Legiones de la noche!, ¡Razas de la noche!, no repitáis los errores del Night Stalker y no concedáis clemencia alguna...
Yo seré vengado. Lucifer está con nosotros..." Por
Pili Abeijon El temible "Vampiro de Düsserdolf" está considerado como uno de los más sanguinarios asesinos en serie de
todos los tiempos por los expertos criminólogos y psicólogos que han seguido su caso de cerca. Nació en 1883 en Colonia (Alemania)
en una familia tan pobre como numerosa (era el tercero de trece hermanos), y todos habitaban bajo pésimas condiciones en un
espacio muy reducido y un ambiente familiar deplorable. Su padre, en el paro, era alcohólico y de muy mal carácter, pegaba
frecuentemente a su mujer e hijos. Cuando su familia se traslada
a Düsserdolf en 1884, se evade de nuevo y comienza a vivir como un vagabundo, de pequeños hurtos, dando muestras a tan temprana
edad de instintos criminales: disfruta estrangulando ardillas y maltratando a los perros callejeros que se cruzaban en su
camino, así como a otros animales para ver correr su sangre, cometiendo además actos zoofílicos con ovejas a las que degollaba
una vez alcanzado el orgasmo. En una ocasión trata incluso
de violar a una de sus hermanas más jóvenes... La primera condena la
cumpliría en 1897 por robo, y así muchos más actos delincuentes que lo obligan a pasar cerca de veinte años entre rejas. En 1913 comete su primer
crimen sexual: viola y degolla salvajemente a Christine Kelin, una niña de 13 años. Años más tarde, cuando
él mismo contaba con cuarenta, su vida parece dar un giro y contrae matrimonio con una mujer de buena familia. Cambia de aspecto
vistiendo con mucha elegancia y sencillez, se peinaba con brillantina (producto casi desconocido en Alemania en aquella época),
usaba gafas, lucía un recortado bigote, e incluso usaba polvos faciales. Como la mayoría de los
sádicos sexuales, Kürten parece llevar una vida normal como cualquier buen esposo. Trabajaba como conductor de camiones, y
su mujer jamás sospechó que tras un hombre tan educado y atento como su marido podría esconderse el autor de crímenes tan
sangrientos. Entre 1925 y 1930 se suceden
en la pequeña localidad alemana una serie de crímenes que estremecen y sensibilizan a toda la población, similar a la que
padeció Londres en tiempos de otro conocido asesino: Jack el Destripador. A pesar de que la policía
alemana contaba con métodos muy por encima de los que disponía Scotland Yard en 1888, tardaron varios años en tener alguna
pista del misterioso criminal a quién terminaron apodando unos "El Vampiro de Düsserdolf" y otros "El rey del crimen
sexual". Kürten tiene por costumbre
el beber la sangre de sus víctimas y de matar animales cuando tiene sed. A veces se divierte incendiando las casas abandonadas,
esperando ver arder algún vagabundo que durmiese en su interior... De hecho, a su tercera
víctima, una niña de nueve años llamada Rose Ohliger, la rocía de gasolina y le prende fuego para complacerse viéndola
arder en una terrible agonía. La policía, viendo por
momentos su autoridad y reputación comprometidos, lleva a cabo continuas redadas y abundantes controles rutinarios a la busca
y captura del feroz asesino. Incluso algunos grupos de delincuentes y bandas callejeras se unen a la "caza" del vampiro con
tanto interés por detener la ola de crímenes como las mismas fuerzas de seguridad. Hasta la fecha, se le
inculpaban nada menos que ocho terribles asesinatos y catorce asaltos. Afortunadamente para todos,
cometió un grave error en 1930 que le costaría su detención. Tras un atentado criminal fallido contra María Butlier,
la mujer logra escapar y proporcionar una detallada descripción de Kürten. Al mismo tiempo, éste
se asusta al leer la prensa y ver su retrato robot en la portada de los periódicos, por lo que confiesa la totalidad de los
crímenes a su esposa mientras charlaban, quitándole importancia a los hechos como si se tratase de simples travesuras infantiles.
La señora en un principio se desmaya de la impresión, pero finalmente, asustada y asqueada pone las declaraciones de su marido
en conocimiento de la policía. (quién tubo que poner en libertad a algún detenido que coincidía con la descripción del verdadero
asesino). Durante el juicio, se
dedicó a escribir cartas a los padres de las víctimas en las que se disculpaba de una manera muy peculiar: alegando que él
necesitaba beber la sangre lo mismo que otras personas necesitan beber el alcohol... (Pese a que no disculpe
en absoluto sus crímenes, lo cierto es que sí padecía de "hematodipsia", una patología que consiste en obsesión compulsiva
por consumir sangre, bajo implicaciones sexuales.) Finalmente tras una hora
y media de deliberación, el jurado pronunció su veredicto de culpabilidad para Peter Kürten, quién fue sentenciado a nueve
penas de muerte. (¡Según las leyes de la época, era posible condenar a más de una pena de muerte!). Hasta el último minuto
se creyó que iba a recurrir al veredicto para tratar de librarse de ser decapitado, pero el asesino no apeló y guardó la calma
hasta el día de la ejecución con calma absoluta. Tan sólo se manifestó para pedir una última voluntad, y era que cuando lo
decapitase el verdugo, le dejasen escuchar durante unos minutos cómo su propia sangre goteaba en el suelo... El 2 de julio de 1931,
a las seis de la mañana, en el patio de la prisión de Klügelpüts (Colonia), se cumplía su deseo... Por
Manuel Carballal En ocasiones la policía española he tenido que enfrentarse a casos verdaderamente dramáticos, de creencias esotéricas
llevadas al fanatismo homicida. Tal fue el terrible asesinato cometido por Juan Carlos Baña, quien llevado por una
creencia fomentada por videntes y curanderos, asesinó a la vecina que, supuestamente le había hechizado, asestándole un hachazo
en la cara y más de media docena de puñaladas. Ante nosotros, sobre la
mesa del teniente, se encontraban los atestados, declaraciones, informe dactiloscópico, y otros documentos relativos al caso.
En las fotografías que me facilitaron los guardia civiles podía apreciar el cuerpo de una mujer, en un charco de sangre, en
cuyo cuerpo se apreciaban más de media docena de cuchilladas, y un terrible hachazo en plena cara. Tragué saliva. Supongo
que uno no termina de acostumbrarse a ver este tipo de imágenes. Pero, en fin, haciendo
de tripas corazón, y arropado por la veteranía de ambos guardias, me disponía a reconstruir punto por punto las investigaciones
de la Policía Judicial que en 1989 habían conducido a la inmediata detención del "asesino hechizado", autor de tan cruel crimen.
Una investigación impecable, todo hay que decirlo. Así que, apartando la mirada de tan desagradables fotografías, comenzamos
a reconstruir el caso. Crimen macabro en Valladares Al filo de la media noche
del 26 de julio D. Carlos Caamaño Baña, vecino de Valladares y propietario de una tienda-bar en dicha localidad, descubrió
el cadáver de su vecina, Carmen Baña, al cerrar el bar y observar la puerta de la casa adyacente abierta. Inmediatamente
llamó a la Guardia Civil. Fue requerida la presencia
de la Unidad Orgánica de la Policía Judicial, de la 611º Comandancia de la Guardia Civil, y un equipo formado por 4 guardias
civiles, un sargento y un capitán instructor acudió al lugar de los hechos. En el domicilio de la víctima se encontraban ya
el Juez de Instrucción y el Médico Forense que certificó la muerte, así como otros agentes de la benemérito, pertenecientes
al cuartel de Serra de Outes. Según la Diligencia de
Inspección Ocular, incluida en el expediente oficial al que obra en mi poder: "...se encuentra el cadáver de una mujer
de complexión fuerte, de un metro cincuenta y tres centímetros de altura, con los pies tocando el felpudo existente al inicio
de las escaleras y la cabeza hacia la puerta de la cocina, en posición de cúbito prono, con la pierna derecha estirada y la
izquierda ligeramente doblada. El brazo derecho vertical al cuerpo y el antebrazo doblado por el codo se encuentra por delante
de la cabeza mientras el izquierdo totalmente doblado y también vertical al tronco tiene la mano bajo el cuerpo, la cabeza
ligeramente ladeada casi vertical al suelo y hacia la mitad de la espalda y posiblemente en la columna vertebral, clavado
un cuchillo de empuñadura de madera y hoja junto a la empuñadura de tres centímetros de ancho". El cadáver presentaba
seis puñaladas en la espalda, pero había que dar la vuelta al cuerpo para examinarlo. Y para ello era necesario extraer el
enorme cuchillo de cocina que aparecía clavado en la espalda. "Fue complicadísimo, - me explica Ángel V. uno de los
agentes que llevaron el caso- el cuchillo parecía soldado. Al tirar de él hacia arriba se levantaba todo el cuerpo detrás.
Tuve que poner un pie encima del cadáver, para poder hacer fuerza, y tirar del cuchillo con las dos manos para poder sacárselo". Al girar el cuerpo se
descubren más puñaladas, y una brutal herida que cruzaba la cara, soltando sangre a borbotones. Poco después se encontró un
hacha manchada de sangre cerca del cuerpo... Pero en los documentos policiales a que hemos tenido acceso se cita otro descubrimiento
en la casa que, al principio, pasó totalmente desapercibido por los agentes y el Juez Instructor: "También se encuentra
en el bolso envoltorio conteniendo ajo, hojas negras y tarjeta del parapsicólogo Manuel Caamaño Sande de Bugallido-Negreira." El asesino hechizado "Otra cosa curiosa
- añade Angel V.- fue lo de las huellas dactilares. Encontramos huellas de todos los dedos menos del índice, que es la
que se utiliza en el DNI y la más importante para identificar a un sospechoso..." Pero lo más extraño era
el móvil, que no existía. No se trataba de un robo, ni de una violación, ni de una pelea... Tras una brillante investigación,
que sería muy largo describir, los agentes de la Policía Judicial descubrieron un sospechoso que, al verse en la comandancia
de la Guardia Civil, se derrumbó inmediatamente, confesando su crimen. En el "Acta de interrogatorio de José Martínez Baña",
en mi poder, podemos leer cosas tan sorprendentes como: "Asimismo delante de la puerta de su casa (de J. Martínez) aparecían
de vez en cuando huevos, sal y ajos que no sabía quien ponía pero que en una ocasión escuchó unos ruidos de pasos y al asomarse
comprobó que era Carmen Baña observando que había dejado algunos de tales productos delante de la puerta, deduciendo entonces
que era ella quién lo hacía siempre... Que su marcha (del lugar del crimen tras consumarlo) no obedecía a intención de huida
ya que tenía pensado acudir a la consulta de un "sabio" (vidente)... " Que luego fueron (el acusado y su madre) a la consulta
del citado "sabio" (vidente)." Poco después se descubriría
el increíble móvil del brutal asesinato. José Martínez había visitado a varios videntes y adivinos, que aseguraban al joven
coruñés que era víctima de un "mal de ojo" que le había echado una vecina "y habría que darle un escarmiento". De esos
videntes solo aparece el nombre de uno en los documentos policiales; Manuel Caamaño Sande, un conocido vidente-curandero
que se ha formado en las religiones afro-americanas, y que lidera en la población coruñesa de Negreira, a un grupo de "médiums"
umbandistas. Lógicamente dirigí mi
investigación hacia Manuel, reputado vidente y curandero gallego a quien ya había conocido hace diez años durante mis estudios
personales sobre el curanderismo en Galicia. Formado en Salvador de Bahía (Brasil), Nigeria (Africa), etc. Caamaño reúne en
su particular teología esotérica todo el sincretismo afro-americano. Yo mismo pude asistir tanto a limpias espíritas, como
a rituales de umbanda o candomblé en el "terreiro" personal de Manuel Caamaño en varias ocasiones. Además investigué las prósperas
herboristerías que mantiene en toda Galicia, y a algunos de los más aventajados alumnos del "santero" de Negreira, que han
terminado por independizarse montando sus propias consultas. Según todas las pistas, Caamaño sometió al joven asesino a varios
rituales de candomblé y umbanda, pero todo era inútil, "la bruja continuaba hechizándolo". Según su propia declaración
ante el tribunal, Caamaño le había dicho que la "bruja tiene mucho poder, y hay que darle un escarmiento"... Así que
el joven decidió acabar con el maleficio asesinando de un hachazo en la cara y ocho puñaladas a la "meiga"... En diciembre de 1990 toda
la prensa gallega resaltó en titulares el caso. El asesino "víctima del mal de ojo" se sentaba en el banquillo de Sección
Segunda de la Audiencia Provincial de La Coruña para asistir a su juicio y, posteriormente escuchar la sentencia y condena
consiguientes. El sumario ordinario n
º 72 de 1989 del Juzgado de Instrucción de Noya, rollo 477/89, casi parece un tratado filosófico sobre la brujería y las creencias
tradicionales gallegas. Ojalá
nunca, nunca más, los consejos de un vidente, o el fanatismo esotérico, creen nuevos "asesinos hechizados"... y nosotros no
tengamos que publicar más artículos como este. Por
Pili Abeijon Encarnación Guardia Moreno, contaba
con 36 años cuando decidió someterse a un ritual exorcista creyendo que un diablo poseía su cuerpo. Ese ritual le costaría
la vida. Encarnación había sido
invitada a una sesión de espiritismo por una tía suya que aseguraba tener dones de mediumnidad y comunicarse con una entidad
que "hablaba a través de ella". Ese día, el espiritista sería un curandero conocido como Mariano Vallejo "El
Pastelero". En el transcurso de la
ceremonia, éste dijo que "veía" como un ser demoníaco estaba intentando apoderarse del cuerpo de Encarnación, y la mujer se
fue a casa asustada. A pesar de su escepticismo
inicial, la idea la fue obsesionando poco a poco, hasta el punto de "sentir algo raro en el interior". Sus dos primas,
también asiduas a las sesiones espiritistas, no tuvieron dificultad en convencerla que volviese al lugar para que el Pastelero
expulsara al ser, y así librarla del demonio. A las cuatro de la tarde
del día siguiente, al ver que no regresaba a casa, una de sus hermanas acude a buscarla preocupada a casa de sus primas, pero
una vez allí no la dejan entrar diciéndole que "no debía interrumpir la sesión". La mujer cuenta lo ocurrido a su padre,
y ambos acuden otra vez a la casa. Al entrar, y para su sorpresa, encuentran el cuerpo de Encarnación desnudo y amoratado
en el suelo en medio de un charco de sangre... Rápidamente, el cuerpo
malherido es trasladado a un hospital granadino e ingresando en Cuidados Intensivos, pero fallece al día siguiente a consecuencia
de un edema cerebral, por una gran cantidad de sodio ingerida que había afectado a su sistema nervioso. El hecho es inmediatamente
denunciado a la policía, que detiene como presuntos culpables de un delito de homicidio a Mariano Vallejo, a Enriqueta
e Isabel Guardia Alonso, primas de la fallecida, y a Josefa Fajardo, su sobrina, aunque investigaciones posteriores
darían como resultado la implicación de más personas acusadas de complicidad, como María Alonso Vaca, la propietaria del apartamento. Enriqueta, una de las
personas que presenciaron el brutal crimen, asegura que antes de la muerte de Encarnación todos estaban aterrorizados, pues
ésta repetía constantemente "presa de un ataque de histeria y gritando como una verdadera poseída que era la esposa de
Lucifer, y que iba a engendrar al demonio si no la ayudaban". Esta actitud de la víctima
que según los informes médicos era producto de una depresión nerviosa, fue interpretada como una posesión demoníaca, y la
mujer empezó a ser sometida a numerosas torturas, cada una más brutal que la otra, con la finalidad de impedir que naciese
tal diablo. El macabro exorcismo se
desarrollaría en tres etapas: En un principio, Encarnación
se vio obligada a ingerir una pócima compuesta por 250 gr. de sal diluida en agua, bicarbonato y aceite, lo que le produciría
un coma profundo del que no llegaría ya a salir. Después, el mismo Pastelero
le propinó una brutal paliza lesionándola por todo el cuerpo además de golpearla lanzándola varias veces contra la pared. Y para concluir la ceremonia,
acompañado por una de las familiares de la víctima procedió a la expulsión del demonio... destrozando el recto de la "poseída"
con una barra de hierro y desgarrando con sus manos la vagina para extraeerle el paquete intestinal, según sus propias palabras,
con el propósito de "desprender del interior de su cuerpo el engendro de Satanás". En este singular caso
lleno de hipótesis y contradicciones para justificar su causa, además del exorcismo, se ha barajado también la posibilidad
de que la víctima estuviese embarazada de seis semanas y el supuesto ritual no fuese más que un aborto casero. La autopsia
rechazó está explicación al determinar que la víctima no estaba embarazada. Por otro lado, se cree
que todo fue un acto de sadomasoquismo llevado a un límite demasiado extremo, entre la víctima y el Pastelero. Algunos
familiares hablan de las inclinaciones masoquistas de Encarnación, y todo el pueblo conocía al hombre como una persona extremadamente
violenta. El juicio, considerado
como uno de los más famosos en la crónica negra, daba comienzo el 15 de enero del año 1992 con las declaraciones de los acusados.
Debido a las constantes contradicciones, el reparto de las culpas no quedó en esos momentos claramente definido. Vallejo admitió
haber realizado las prácticas exorcistas a petición de los familiares de la víctima y siguiendo las indicaciones de Encarnación,
que le iba indicando cada uno de los pasos que tenía que dar para conseguir la expulsión demoníaca. También acusó a Enriqueta
e Isabel de haber sido quienes convencieron a la víctima a comparecer en el ritual, además de estar presentes y haber preparado
la pócima de sodio. Pero éstas negaron toda participación, acusando a su vez al Pastelero de haber forzado a la víctima a
someterse al macabro ritual. Josefa Fajardo reconoció
haber sido la encargada de introducirle la mano por el ano a la víctima y pincharle la vagina con una aguja caldeada al fuego,
afirmando que todos habían contribuido a la "expulsión". Finalmente, tras varias
sesiones de juicio, la Audiencia Provincial de Granada pidió un total de 5 años de prisión para los principales inculpados,
por delito de lesiones con resultado de muerte por un lado e imprudencia temeraria por otro (al no haber intención de matar
a la persona, no se puede considerar como un delito de homicidio). Para María Alonso, se solicitaron 2 años y medio de arresto
por no haber impedido la comisión de los delitos. Además,
también se reclamó una indemnización de cuatro millones de pesetas para cada uno de los dos hijos de Encarnación. Por
Manuel Carballal Una desaparición inexplicable, una madre angustiada que no cesó de buscar a su hija durante diez largos años, una
vidente con una insólita revelación, un detective empeñado en resolver el caso... Éstos son algunos de los ingredientes de
un argumento digno de la mejor novela negra. Pero no se trata de ficción, sino de un suceso real, aunque extraño, que ha pasado
a los anales de la investigación policial con el sugestivo título de: "El crimen del tarot". La protagonista de esta
historia es Antonia Torres Sánchez, nacida en 1958 en Baena (Córdoba), hija de Francisco y Manuela, dos
humildes trabajadores andaluces. Siendo Antonia una niña,
toda la familia se desplazó desde Baena a Tortosa (Tarragona). Sexta de once hermanos, Antonia encontró trabajo como sirvienta,
lo que la llevó a dejar el domicilio familiar en 1975, a los 18 años de edad, para establecerse en Zaragoza. Precisamente
en aquella casa conocería a su futuro novio, Fernando de Olmos. La relación comenzó de
manera casual. Fernando, que trabajaba como electricista, acudió cierto día a reparar una avería a la casa dónde Antonia estaba
empleada. De aquel primer encuentro surgiría una amistad que terminó en noviazgo. La vida de Antonia transcurría
entre la rutina de su trabajo de su trabajo y su relación con Fernando, pero un día dejó de escribir y de llamar a su familia...
No volvió a aparecer por casa de sus amigas ni a citarse con Fernando y tampoco regresó a su trabajo. Desapareció sin dejar
rastro. El doce de marzo de 1975,
Manuela Sánchez cursó denuncia en el barrio de San José (Zaragoza) por la desaparición de su hija. Esta desaparición venía
a sumarse a las miles que se producen anualmente en España. La mayoría terminan resolviéndose en poco tiempo, pero en algunos
casos el desaparecido no regresa jamás. Y este último parecía ser el destino de Antonia. Tratándose de una joven físicamente
agraciada, no era disparatado suponer que hubiese terminado en algún burdel de carretera o, peor aún, vendida por alguna red
de trata de blancas fuera de España. Este pensamiento cruzó por la mente tanto de algunos familiares de la joven como de los
policías zaragozanos que investigaron el suceso. Y poco a poco, con el paso de los años, el expediente fue acumulando polvo
en el archivo policial. Sin embargo, la madre jamás arrojó la toalla, y continuó buscando a su hija con más ahínco que medios,
durante casi diez años. Pero en mayo de 1986,
uno de los hijos de Manuela Sánchez le habló de un programa de consultas que en aquel momento tenía un gran éxito en Barcelona;
se trataba de El Teléfono del Más Allá, un espacio de Radiocadena Española que presentaba y dirigía la vidente y cartomante
Manuela Briola. La angustiada madre dirigió hacia allí su última esperanza. La madre tardó más de
mes y medio en comunicar con el programa y su angustiada voz salió al aire... "Empecé con consultas
telefónicas, comentaba la vidente, la gente me llamaba y yo desde el estudio, les echaba las cartas y abordaba el problema.
Yo aconsejo, oriento psicológicamente o terapéuticamente con mis videncias. Pero como también me consultaban problemas de
salud, matrimoniales, legales y de todo tipo, se me ocurrió invitar a mi programa a un psicólogo, un abogado y a un investigador
privado". "El 15 de julio de
1986, una mujer me llamó en sollozos, me preguntó por su hija de la que no tenía noticias desde una carta fechada el 30 de
enero de 1977. Me dijo que se había ido de casa a raíz de unas discusiones y que hacía diez años que no sabía nada de ella.
Yo le rectifiqué: Son nueve años, señora, no diez. Y yo la veo muerta y además, la han matado. La visión me vino de
repente y la solté a bocajarro. Después me sentí un poco mal porque fui muy brusca. El abogado Joaquín Goyenechea y el detective
Jorge Colomer, que se encontraban en el estudio, se quedaron de piedra". La vidente propuso a la
madre, que fuera de micrófono se pusiese en contacto con el detective para que éste hiciese alguna indagación sobre la desaparición
de su hija y, en lo posible, pudiese desmentir o ratificar la visión del tarot. Una semana más tarde,
los padres de Antonia se personaban en la agencia de detectives de Barcelona Investigator. Haciendo una excepción y sensibilizado
por el problema de esa familia, de escasos recursos económicos, Colomer y Goyenechea decidieron hacer algunas pesquisas gratuitamente.
Pocas semanas después,
los dos investigadores se desplazaban a Zaragoza para realizar la investigación de otro caso pertinente a su agencia, y aprovechando
la coyuntura, se dejaron caer por la localidad donde vivían la familia del novio de Antonia y él mismo para hacer algunas
preguntas. El olfato y la experiencia
del detective fueron decisivos. Durante la conversación con la madre de Fernando, el veterano investigador advirtió algunas
contradicciones e intuyó que allí había "gato encerrado". Ya en Zaragoza, ambos
interrogaron a las amigas de la desaparecida y descubrieron que Antonia les había confesado poco antes de desaparecer, que
estaba embarazada, y que la familia de Fernando no la veía con buenos ojos. ¿Se habría fugado la joven avergonzada por su
estado? No. El olfato del detective apuntaba en otra dirección, y no podía dejar de pensar en la certeza con que la vidente
había "visto" la muerte de la joven. Pero esto no era todo. La madre de unas amigas de Antonia confesó al investigador que
una extraña visión se repetía obsesivamente en sus sueños y, por alguna razón, ella la relacionaba con la desaparición de
la joven. En ese sueño se veía ante una caseta ardiendo en la que sabía que dentro había niños, pero no podía entrar ni abrir
la puerta. Tal vez en otras circunstancias
Colomer no hubiese dado importancia a éste último episodio, pero en un caso como el que tenía entre manos, algo le decía que
cualquier pista podía dar con la clave del asunto. El ginecólogo de Antonia
confirmaría más tarde su embarazo, y junto a otras pesquisas, los dos investigadores redactaron un informe que entregaron
a la comisaría de policía de Barcelona. En ese informe de la agencia, que siguió la pista lanzada por la vidente, se planteaba
la posibilidad de que Antonia Torres estuviera muerta. Tal vez, asesinada por su novio, diez años antes. El informe resultó lo
bastante convincente como para que la policía barcelonesa lo remitiese a Zaragoza. Y allí, el grupo de homicidios retomó la
investigación. "Pedimos a Fernando que viniese a la comisaría para hablar con él por algo relacionado con su licencia de
armas, recuerdan los policías encargados del caso. Como es muy aficionado a la caza, no sospechó nada, de manera que pudimos
sondear su personalidad". Tras algunas indagaciones
que realizaron al mismo tiempo efectivos de la brigada, entre ellas la constancia de que la pareja había sido vista en otras
ocasiones, y que Fernando negaba en sus declaraciones, llegaron a la conclusión de que mentía y empezaron a sospechar que
tenía motivos para ello. Tiempo después, tras ser
requerido nuevamente y ante las evidencias expuestas por la policía, el joven se derrumba y confiesa que Antonia estaba muerta.
Reconoce que él hizo desaparecer el cadáver, pero en tres declaraciones, da otras tantas versiones distintas de la causa del
fallecimiento de su novia: en la declaración del uno de diciembre de 1986, confiesa que la joven había fallecido víctima de
las secuelas de un aborto. Él, se habría limitado a incinerar el cadáver en una vieja caseta de pescadores... El sumario del caso, hasta
ese momento clasificado como "desaparición", se tornaba ahora en un proceso por el delito de "inhumación ilegal". Aún después
de las declaraciones, la policía continúa investigando y descubre que en la zona que indicaba Fernando no existía constancia
de que se practicasen abortos, de manera que si no se podía confirmar la versión ofrecida por éste tampoco existían pruebas
de que mintiese. Sin embargo, el destino estaba "empeñado" en que se hiciese justicia. El actual propietario del vehículo
que entonces tenía Fernando es localizado, y las sospechas de que Antonia pudiera haber muerto de forma violenta comenzaron
a tomar cuerpo cuando se comprueba que todos los asientos habían sido cambiados, salvo el del acompañante... ¿Casualidad?
Es curioso que la nueva propietaria del "600" cambiase todos los asientos excepto aquel en el que Fernando aseguraba que se
había desangrado la joven. Y más coincidencia que tras realizar varios análisis del tejido de dicho asiento por si pudieran
existir restos de sangre, el resultado fuese negativo... Pero sin lugar a duda
el indicio más importante llegaría tras una brillante investigación de campo de los policías encargados del caso. Los inspectores acudieron,
junto con el novio, a la caseta donde supuestamente se había quemado el cadáver. Había sido reformada en varias ocasiones,
pues hay que recordar que habían pasado cerca de diez años desde los hechos. La Policía Científica logró localizar a los diferentes
propietarios que habían tenido la caseta, y así reconstruir los hechos: Cuando Fernando quemó
el cadáver, el fuego derrumbó el tejado y el cuerpo fue cubierto por cascotes. Transcurrido algún tiempo, el propietario de
la caseta se deshizo de esos escombros arrojándolos a un vertedero cercano. La policía rastreó el
vertedero, encontrando milagrosamente varios huesos humanos, entre ellos un hueso plano que corresponde a la zona del occipital.
En dicho hueso, en su tercio inferior derecho tenía un orificio de unos nueve milímetros de diámetro. Todos los restos humanos
fueron enviados al Departamento de Medicina Legal de la Facultad de Medicina de Zaragoza, en dónde la catedrática María
Castellano realizó un exhaustivo análisis de los mismos, y una vez más, el destino o quizás alguna fuerza extraña, movió
los hilos del azar para que se esclareciese el caso. Las vértebras encontradas presentaban una anomalía que sirvió para identificarlas
como pertenecientes a Antonia, que sufría problemas de columna. Pero la pieza clave del hallazgo fue el pequeño trozo de cráneo
con un orificio circular en el centro. El orificio que atravesaba el hueso era producto del impacto de un proyectil del calibre
22. Fernando Olmos poseía una carabina Mikou de ese calibre, arma que vendió algunos días después de la desaparición de Antonia.
Finalmente Fernando confesó.
Ante la tensión del embarazo no deseado, y frente a la radical oposición de su familia a que contrajesen matrimonio, en un
arrebato de enajenación mental mató a su novia (y a su futuro hijo) y se deshizo del cadáver. La vidente
estaba en lo cierto: Antonia Torres había sido asesinada. Extraido de www.mundomisterioso.com |
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