. Área Francisco José Bermúdez |
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۞Córdoba, 1979
۞Hipnoterapeuta, escritor y productor.
۞Licenciado en Arte Dramático y Ciencias del Espectáculo
۞Estudió Psicología Clínica en la UNED
۞Doctorado en Hipnosis Clínica por la ESHC de Valencia y miembro de la Sociedad de Hipnosis Clínica
۞Autor de 4 libros ( Sentir que te extraño, El tapiz de Dolmenesht, La flor de Ojiestedrón y Velatorium)Está
preparando su último y más esperado libro “El triángulo de la muerte” ۞ Presidente
del Centro Español de Estudios e Investigaciones Paracientíficas. ۞ Vicepresidente
de la Asociación de Investigaciones Paracientíficas (AIP) ۞ Director
del Gabinete de Presa y Coordinador de Andalucía de la AIP. ۞ Miembro del Equipo de Investigación de la European Cultural Routes, a través
de la cual se hace una doble labor: Por un lado se está viajando por diferentes partes de España y Europa proporcionando asesoramiento
sobre rutas misteriosas, y por otro lado se realiza la grabación y producción de una serie de documentales sobre las mencionadas
rutas. Actualmente se está trabajando en una dura y ardua labor de reconstruir toda la historia de la Orden del Temple partiendo
desde los rastros dejados por la misma en España, pasando por Portugal y diferentes países europeos hasta finalizar en Jerusalén.
۞Fuera del ámbito del periodismo de investigación del misterio, ha trabajado en la Cadena Ser como redactor
y locutor así como redactor en diferentes periódicos andaluces. ۞Actualmente es el gerente de la Clínica Hypnos, donde pasa consulta de Hipnosis
Clínica. (www.clinicahypnos.com)
۞En cuanto a futuros proyectos está preparando la próxima salida de su nuevo libro “El triángulo
de la muerte” Para contactar: fj_bermudez@yahoo.es
Uno de los misterios
más trágicos que sigue vigente en pleno siglo XXI. Un triángulo maldito.
Tres provincias. Muchas historias. A través de datos
objetivos, extraídos de los juzgados de los principales pueblos implicados, análisis forenses, testimonios de primera mano
y testigos presenciales, Francisco José Bermúdez aborda uno de los temas más peliagudos y delicados de los últimos años, centrado
en una zona de contrastes. Una zona concreta de apenas 100 kilómetros donde los suicidios de la población cuadriplica la media
nacional y a la que no se le ha encontrado una respuesta. Poblados abandonados íntegramente por miedo. Supuestos suicidas
que vuelven del más allá para incitar a sus vecinos o familiares vivos que les acompañen al otro mundo. Extrañas corrientes
subterráneas de agua bajo estos lugares. Enclaves situados en fuertes zonas telúricas. Toda una serie de ingredientes que
conforman una entramada historia tan misteriosa como tristemente real. EL TRIÁNGULO DE LA MUERTE, Fotos: Francisco José Bermúdez Texto: Francisco José Bermúdez y Miguel Blanco La noche
cae como una losa pesada sobre el paraje conocido como las Lastras. Hace frío. El viento, cortante como la hoja de navaja,
acaricia cruelmente las ramas de los olivos y se desliza entre las copas de los chaparros haciendo sonar un silbido como de
gaitas. En lo alto de la loma, un cortijo. Una tímida luz se deja entrever desde el interior de las ventanas superiores que
dan a la era. De pronto,
se aprecia la silueta de una mujer de mediana edad que recorre, con respiración entrecortada, las estancias del cortijo buscando
algo. Está nerviosa y llora. En una mano porta un candil. Tras unos momentos interminables, encuentra, bajo una espuerta de
las que se utilizan para recoger aceitunas, una soga. La coge con decisión enfermiza y sube corriendo hasta la última planta.
Allí la descuelga por una de las fuertes vigas de madera que atraviesan la estancia. Deja el candil en el suelo, sube a una
silla y, tras anudarse la soga al cuello, balbucea unas palabras. ‘¡Ya voy, esperadme!’. Seguidamente le da una
patada a la silla y queda colgada como un péndulo”. Era la
víctima número 14 de un misterio aterrador que aún sigue sin respuesta. Mientras viajabamos hacia la zona revisábamos los
informes. Todos ellos hablaban de centenares de suicidios, casi todos utilizando una soga, y todos sin razón aparente. Bueno,
sí… En casi todos los casos, las víctimas habían escuchado unas voces, unas extrañas voces que les iban llamando para
que cruzaran el umbral de la muerte. El triángulo
de los suicidios Las Lastras
es un cortijal de unas 34 viviendas que se encuentra enclavado dentro de lo que se conoce como el “triángulo maldito
de los suicidios” y cuyos vértices se encuentran en los pueblos de Alcalá la Real, Priego de Córdoba e Iznajar. El primero
pertenece a la provincia de Jaén aunque apenas dista 50 km de Granada, y los dos últimos, a la provincia de Córdoba. Este
extraño triángulo tiene el desgraciado récord de ser una de las zonas con más suicidios de toda España. Nuestra
primera cita fue con Antonio Jiménez, sepulturero del camposanto de Priego de Córdoba, quien con voz temblorosa nos dijo:
“Hay un triángulo maldito en esta zona, está claro. Eso lo llevo escuchando desde que era un niño y ahora tengo 61 años.
No se por qué será, pero está claro que algo raro pasa. Hace unos años yo también estuve a punto de hacerlo. Me metí dentro
de un nicho con una escopeta llorando. Gracias a Dios ya pasó todo. Yo entierro todos los años a unas diez personas que se
han colgado o se han pegado un tiro. Sin ir más lejos, la semana pasada enterré al último, un viejo que se colgó. Pero no
sólo viejos se cuelgan ¡eh!, también lo hacen personas de 30 años y hombres igual que mujeres”. El mismo
Antonio, un hombre curtido por el aire de la serranía, nos contó un caso estremecedor: “Hará 30 años llegó al cementerio
un hombre de mediana edad y, como tantos otros, llevó flores a las tumbas de sus familiares. El antiguo capellán de la zona
le preguntó si se encontraba bien, puesto que hacía mucho frío y llevaba allí unas horas ‘hablando’ con sus difuntos.
El extraño personaje le contestó que se estaba despidiendo. El capellán
le dejó estar y se fue a atender a otras personas que se encontraban en el camposanto, no sin antes escuchar una frase del
individuo que, dirigida a las tumbas, decía: ‘¡Ahora nos vemos. Ya voy!’. Al cabo de unos diez minutos se escuchó
un disparo. Encontraron al hombre tendido en la losa de mármol con un tiro en la cabeza. El suicida había puesto instantes
antes su chaqueta a modo de almohada y había depositado una cubeta bajo la cañería de la losa para recoger la sangre. Después
se tumbó, introdujo la pistola en su boca y se disparó. No murió en el acto. Falleció días después en el hospital. Quienes fueron a visitarlo mencionaron que
el extraño personaje les había citado al día siguiente mediante una carta para que acudieran a su entierro, puesto que se
iba a matar”. Las explicaciones científicas Aparentemente no había nada lógico que pudiera aclarar el alto índice de suicidios
de la zona. Muchos de los psiquiatras que han estudiado el caso tildan este fenómeno de “rareza sanitaria”. Sin
llegar a una hipótesis certera sobre qué es lo que provoca este comportamiento, los expertos barajan una serie de motivos
que empujan a estas personas a tan triste final: trastornos psiquiátricos, especialmente depresivos y, lo más curioso, lo
que el psiquiatra Antonio González Iglesias denomina “lealtades invisibles”, es decir, unas reglas incomprensibles
que pasan de padres a hijos, un comportamiento interiorizado visto desde generaciones atrás como manera de dar solución a
un conflicto. “Mi abuelo se ahorcó, mi padre se ahorcó y yo, en consecuencia, me ahorcaré también”. Uno de los estudios realizado en la aldea de Las Sileras arroja como posible
causa una mina de pirita abandonada ya que, según algunos expertos, de ésta mana una especie de campo magnético que influye
en el comportamiento de los ciudadanos. Una hipótesis que se cae por su propio peso si tenemos en cuenta la cantidad de minas
de este material que existen en España y no producen semejante problema. Otra de las explicaciones, centrada en el pueblo de Priego de Córdoba, es
el agua. Al parecer lleva un gran índice de yeso y provoca trastornos depresivos ya que influye directamente en la sinapsis
que realiza el cerebro, provocando episodios de depresión. Otra teoría habla del pantano del municipio de Iznájar y de la
climatología del lugar en general. Esta teoría aventura una explicación denominada “depresión melancólica”, enfermedad,
al parecer, de transmisión genética y que conduce al suicidio a entre un 10 y el 15% de quienes la padecen. Sin embargo, Julio
Vallejo, psiquiatra de la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica, descarta tajantemente estas hipótesis ya que según él
mismo nos decía, “científicamente está demostrado que no influye ni la climatología, ni el oxígeno, ni el entorno”. Si las causas no son físicas, habría que buscar las explicaciones en otros
ámbitos. Quizás las leyendas de la zona nos dieran respuestas… El “hombre” de las uñas Tanto el cortijal de las Lastras como La Carrasca, en Almedinilla (Córdoba),
cuentan con una vasta colección de leyendas, la mayoría basadas en hechos reales, que los investigadores de la zona llevamos
años investigando y recogiendo curiosos testimonios de personas que habían vivido en estos sitios abandonados hoy día, en
su gran mayoría, por miedo. La niebla que cubría el paisaje dándole un tinte de terror dejaba filtrar los primeros rayos de
sol y, a la vez que templaban la temperatura, calentaban nuestro ánimo. Circulábamos por una carretera que, poco a poco, iba
convirtiéndose en pista de tierra mientras subía por una empinada pendiente hacia el interior de la sierra. A un lado y a
otro miles de olivos cargados con el fruto dispuesto ya para la cosecha. Llegamos a Las Lastras. Todas las viviendas se hallaban abandonadas y en ruinas.
Nada más coronar la cima nos encontramos con los primeros cortijos. Detuvimos el coche y nos pusimos a observar a través de
las ventanas el interior de algunas de esas casas que aún se mantenían en pie. Aún había platos sobre la mesa y comida reseca
en algunos de ellos. Las camas estaban desechas y los muebles revueltos. Parecía que aquellas casas acabaran de ser abandonadas. Según afirman numerosos testigos, al pasear solo por esta casa al atardecer
suele aparecer un ser de aspecto anciano, calvo por la cabeza aunque con abundante melena en la coronilla y con unas uñas
tremendamente largas, que permanece sentado sobre las ruinas de la vivienda, como queriendo ocultar algo que yace bajo ella. Un vecino de la aldea de Las Sileras, agricultor de profesión, nos narraba
su experiencia en el lugar: “Estaba pastando a las bestias cuando empezó a oscurecer. Era verano y serían aproximadamente
las nueve y media de la tarde. Decidí apresurar la marcha para llegar antes de que anocheciera al carril de asfalto que va
a parar al pueblo cuando, al pasar por esa casa, escuché algo que me sobresaltó. Se que no eran imaginaciones mías porque
las bestias se sobresaltaron también. Era una especie de bufido o gruñido, como el de un gato pero mucho más fuerte y más
ronco. De repente giré la vista hacia el cortijo que había dejado atrás y vi esa cosa. ¡Por poco me muero del miedo! Estaba
sentado sobre las piedras del cortijo. No era muy alto y tenía unas uñas enormes, grandes y enroscadas hacia dentro. Parecía
muy anciano y no tenía pelo por arriba, pero por detrás de la cabeza le asomaba una melena muy grande. Me acerqué porque creí
que era alguna persona mayor que estaba perdida o necesitaba algo. Aquí nos conocemos todos y nunca lo había visto. Así que
supuse eso. Al acercarme, ese hombre se levantó y me hizo un gesto con la mano como para que me fuera. Le pregunté si necesitaba
algo o si quería que lo bajase en un mulo al pueblo y me respondió con otro bufido, muy grave y muy fuerte, casi como si chillara.
Entonces se levantó y empezó a venir hacia mí. Yo, por impulso, empecé a correr y él siguió detrás. Los mulos empezaron a
encabritarse y no los podía controlar. Los solté y seguí corriendo. Calculo que estuvo como un cuarto de hora persiguiéndome
entre los olivos. Cuando me calmé lo suficiente volví a por los dos mulos y me fui de allí como alma que lleva el diablo.
Nunca he vuelto a pasar a esas horas por ahí”. El lugar exacto donde aseguraban que se aparecía el extraño ser de las uñas
largas estaba frente a nosotros. Por suerte, aquel día no decidió hacer su acto de presencia. Pero no hacía falta, el lugar
era ya lo suficientemente lúgubre como para aconsejar que salieras de allí lo antes posible. Volvimos al coche y seguimos
ascendiendo. Tras una curva, aparecieron dos cortijos más, también abandonados. Y un poco más allá, un tercero, otro “cortijo maldito”. En él murieron tres personas
de una misma familia. Todas ellas oían voces entre los olivos que les incitaban a quitarse la vida. El cortijo de los Catorce Seguimos el camino hasta hallar el objetivo final de la ascensión, el último
cortijo que se hallaba en la zona. Situado en lo alto, coronaba la montaña y era el más grande de todos. Recibe su macabro
nombre porque en él se colgaron todos los habitantes de la familia que residían en dicha vivienda. Según cuentan los vecinos,
“se ahorcaron porque se llamaban unos a otros. Primero se ahorcó el padre. Y dicen que llamaba al niño para que se fuera
con él. Decía que allí se estaba muy a gusto y que se quitara la vida. Hay quien dice que incluso se le aparecía. Y acabó
ahorcándose el niño. Y así pasó con todos, se les aparecían o les llamaban y… ¡zas!, a ahorcarse”. El ambiente permanecía cargado de terribles sensaciones. Era como si el espíritu
atormentado de todos los muertos vagase aún por las ruinas recientes de lo que un día fue su modesto hogar. Nunca hubo explicaciones para tan terribles sucesos. Apenas quedaba nada en
la zona, sólo el macabro recuerdo de los catorce miembros de una misma familia muertos colgados de una soga y la leyenda que
seguía aún viva en aquel paraje. La noche caía y era hora de retornar. Habíamos quedado con un pastor, profundo
conocedor de aquellos lugares, para que nos contase más historias acontecidas e incluso, si había suerte, sus propias vivencias.
Bajamos la pista de tierra buscando la seguridad del asfalto y, en una de las curvas, de noche cerrada ya, fuimos a toparnos
con la pared desvencijada de uno de los cortijos. Nuestros faros iluminaron la escena. Una cruz, quizás sacada del cementerio,
presidía el rincón como si quisiera conjurar el mal que aún recorría las ruinas de aquel paraje… Cuando llegamos a Las Sileras, el ambiente era de lo más asfixiante. Perdido
en mitad de la sierra, era un pueblo pequeño de calles vacías. Allí mismo había nacido Gregorio, conocido como Polli, un asesino
en serie que a los 12 años perdió una pierna en un accidente con un tractor. A los 16 años asesinó a su padre por mandato
de su propia madre cuando venían en moto de la aldea de Los Ríos, a 2 km de las Sileras. Según se cuenta, el padre le pegaba atado a la cama y esa fue su venganza.
A los 20 años mató brutalmente a una anciana que tenía síndrome de Diógenes. Esta mujer tenía quince millones de las antiguas
pesetas –unos 90.000 euros– escondidos en saquitos en su casa. El Polli no sólo la asesinó, antes la violó y,
una vez muerta, le introdujo un palo de fregona en la vagina. Así fue encontrada por la Guardia Civil y, parte del dinero
de la anciana, escondido en la pierna ortopédica del Polli. Este hombre que ya había cumplido condena, se paseaba ufano por las calles
del pueblo haciendo alarde de sus macabras hazañas. No era un lugar muy acogedor. Menos mal que nuestro guía no tardó en llegar
a la cita y, alrededor de una mesa y mientras degustábamos los platos del pueblo, comenzó a relatarnos algunas de las extrañas
historias de la comarca. La leyenda del martinico y el cortijo de los asombros Uno de los lugares donde se concitan más fenómenos extraños es el llamado
“Cortijo de los asombros”. Se encuentra a la salida del pueblo dirección Lucena, camino de la aldea de Zagrilla
por el llamado Carril de Quiroga. El cortijo data de los años 20 del pasado siglo. Sus constructores y primeros habitantes
murieron, según cuentan, ahorcados en las ramas de los árboles que había en la entrada del mismo. Un cortijo que, entre muchos
otros misterios, contaba con la presencia de un martinico, un duende, espanto que se dedicaba a asustar a las parejas de novios
y que fue, según todas las creencias, el inductor del suicidio de los habitantes de la casa. Así lo narra el testimonio de
la criada de una familia muy famosa y adinerada de Priego que, mientras hacía las tareas del hogar, allá por los años 70,
escuchó ruidos en una habitación. Al abrir la puerta pudo ver a una especie de niño o niña que jugaba y que desapareció bajo
la cama. El famoso cortijo estaba derruido. Traspasamos el umbral de la puerta y empezamos
a comprobar cómo el misterio había dejado sus huellas en él. En la cocina, junto a restos de cacharros esparcidos por el suelo,
era curioso ver cómo se conservaban, tantos años después, signos de protección contra el mal. Dentro de la chimenea, que estaba construida con forma de hoja de lis, se
encontraron numerosas hojas de puntas de flecha y hachas del neolítico. Éstas eran llamadas “las piedras del rayo”
y se creía que caían con las tormentas para proteger a la gente de los malos espíritus. Nuestro guía siguió narrándonos la
historia del cortijo: “Sobre el año 1945, la casa fue adquirida por una familia de Priego, quien desconocía la historia
que encerraba. Se instalaron en ella y, al poco, los fenómenos volvieron a suceder. Las ventanas repiqueteaban constantemente,
el trigo y el grano aparecían esparcidos por doquier, una mano invisible abría la puerta del establo donde guardaban el ganado
y ‘algo’ les hacía salir huyendo. Fue tal la intensidad de los fenómenos que no tuvieron otra opción que abandonar
la vivienda y volver a Priego. La señora de la casa nos contaba que, ‘estábamos cargando todo en el carro para irnos
cuando se me olvidó el candil. Cuando fui a por él vi que no estaba en su sitio y escuché clarísimamente una voz, como de
niña, que decía ¡no, el candil ya me lo llevo yo!’, como dando a entender que el martinico se iba también con ellos”. Lo extraño era que en una de las paredes del cortijo pudimos ver una inscripción
con letra infantil que decía: “Aquí hay una niña que juega con otra niña”. ¿Quién lo escribió? ¿El duende quizás?… Con más incógnitas que respuestas, dejamos atrás el extraño lugar y emprendimos
el regreso. Las alarmantes presencias y las supuestas voces tal vez pudieron ser fruto de la imaginación de esas gentes, pero
de lo que no cabe duda es de que algo insólito sucede para que el índice de suicidios sea tan elevado. Mientras, las narraciones
de las leyendas del lugar, aún retumbaban en nuestras mentes… -Una investigación de Francisco José Bermúdez- |
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